Manifiesto del Partido Comunista de Cuba ante el asesinato de Mella

PARTIDO COMUNISTA DE CUBA

SECCIÓN DE LA INTERNACIONAL COMUNISTA

Vencer o servir de trinchera a los demás: Hasta después de muertos somos útiles.

JULIO ANTONIO MELLA

Al pueblo de Cuba en general.
A los trabajadores en particular.

LA PALABRA ES INSUFICIENTE para exponer el sentimiento  individual, cuánto más no ha de serlo para decir el dolor de una clase, la angustia de un pueblo, la tristeza y la cólera de los oprimidos. Los trabajadores de Cuba, de la América y del mundo, están de duelo porque ha caído un luchador valiente, fuerte y  necesario. La pequeña burguesía cubana, estudiantes, profesionales, comerciantes, empleados, comprende horrorizada hasta dónde llega la ferocidad insaciable del tirano, revelado de súbito como asesino internacional.

Pero la palabra puede servir para proclamar la verdad y desenmascarar a los criminales. El asesinato, alevoso premeditado largamente en Palacio, marca la fase sangrienta de una nueva etapa de terror blanco iniciada inmediatamente a las seudoelecciones de noviembre: prisión y expulsión arbitraria de obreros huelguistas,  amenazas por los cuerpos policíacos a los directivos de las  organizaciones obreras, persecución contra periódicos proletarios e intento de asesinato y secuestro y expulsión ilegales del estudiante cubano Fernández Sánchez.

Mella, emigrado a México desde los primeros días del año 26, era el centro del grupo de refugiados políticos, obreros, y estudiantes expulsados o perseguidos, enemigos del régimen machadista. Su prestigio y su personalidad dentro y fuera de Cuba habían sido ganados en permanente lucha, en continua acción revolucionaria. Tenía sólo veinticinco años. Pero su intensa historia revolucionaria, que lo hizo acreedor al amor de los trabajadores de Cuba, le hizo  merecer el odio mortal del asesino de los trabajadores de Cuba; se le quiso asesinar primero trayéndolo a Cuba, a la Cabaña tristemente célebre de la «Ley de Fuga» y las desapariciones misteriosas; se gestionó una extradición absurda, basada en un supuesto delito de «lesa patria» con motivó dé la campaña continental de «Cuba  Libre». El general Alemán dio un viaje a México con el exclusivo objeto de lograr una extradición. Fracasado ese intento, se decidió entonces asesinar a Mella en el propio México. Se envió allí un  agente provocador con la consigna de promover un incidente en torno a la bandera cubana. La prensa colaboró desfigurando los  hechos y quiso presentar a Mella pisoteándola bandera. Esta  calumniosa estratagema tenía por objeto desprestigiar a Mella ante los patriotas cubanos y entre los trabajadores atrasados. Mella era un revolucionario consciente, un comunista, y no podía realizar ni realizó ese acto estúpidamente pueril. Pero la bandera que él no pisoteó ondea en la Legación de Cuba, protegiendo en México a sus asesinos; porque hoy la bandera no representa oficialmente nada más que la alta burguesía cubana, vendida al oro yanqui y  capitaneada por el monstruo. Agentes pagados, criminales a sueldo, embarcaron enseguida, antes de que la calumnia pudiera ser  desmentida, y allí, dirigidos por espías conocedores de los detalles necesarios para su horrenda misión, consumaron fría e  impunemente el crimen planeado. Le tiraron cuando iba  descuidado, sin armas, en la sombra y por la espalda; y las balas no pudieron alzarse hasta su corazón; murió como había vivido, y lo dijo: «Muero por la Revolución, asesinado por agentes de Machado.»

Varona, Grant, Duménigo, Cuxart, López, Yalob, Bouzón… Ya hay otro nombre en el martirologio de la clase obrera cubana.

Mella… seguirá la lista pavorosa de los sacrificados. ¡Compañero trabajador! Mella dio su juventud, su vigor, su inteligencia y su vida a la causa de la emancipación de la clase obrera y campesina. Era un líder, porque supo asimilar a su espíritu el dolor de toda la clase oprimida y se destacó orientándola y sirviéndola con lealtad, con energía y con amor. Por eso tu verdugo lo ha matado. Así viven todos y mueren muchos entre los que luchan para que alcances la justicia y la felicidad. Pero tu deber no está sólo en venerarlos, sino en seguirlos e imitarlos. Hasta vencer  Hay que organizar nuestra  defensa contra el crimen, hay que redoblar nuestra lucha contra la tiranía burguesa y sus aliados, los traidores de la American  Federation of Labor y la Federación Cubana del Trabajo, contra el Imperialismo, amo de los tiranos de las colonias. ¡Lucha sin tregua en todos los frentes contra todos los enemigos de nuestra clase! ¡Camarada! Oye la palabra del último mártir. Ella debe servirte de enseñanza y de guía. Mella se dirigía así a Alfredo López en su folleto «El grito de los mártires»:

Guerrero: no tengo palabras para ti. El autor de estas líneas se siente hoy huérfano bisoño en la lucha, fue con tu ejemplo, con tu acción, que él adquirió experiencia. Maestro: no es la lágrima lo que te ofrezco en homenaje, tampoco estas líneas —que no son  literatura, sino acción revolucionaria—: lo que te ofrezco es el  juramento de seguirte; de continuar tu obra; de cooperar para que la nueva generación proletaria a que pertenezco supere a la anterior en la lucha para el triunfo de ella misma. Nadie conoce tu paradero.  Acaso nos es dado a los revolucionarios escoger la forma de nuestra muerte? Caemos como soldados: donde la bala enemiga nos encuentre.

Camarada: Tu duelo es el duelo trágico del que no puede llorar,  porque ni el derecho a llorar en alta voz te está permitido. Trágate el sollozo, compañero, y que en tu corazón crezca más la amargura,  pero también con ella el odio a tus enemigos y el propósito de tu emancipación.

Las palabras del hermano asesinado son hoy proféticas: él también cayó en la lucha. Pero cubrimos el hueco en la fila y seguimos la acción.

Oye también estas palabras de Julio Antonio Mella, dirigidas a su asesino en el Grito de los Mártires:

Tirano: tú eres un pobre  degenerado por los vicios, por la edad y por las riquezas. El  proletario es más inteligente y comprensivo que tú, ser ignorante, bestial y epiléptico; supones que una o veinte muertes resuelven el problema social, el Gran Problema del siglo. Si así fuese ya te habrían hecho lo que tus esbirros han hecho a centenares de nosotros. Si el asesinato fuese la panacea, ya se te habría asesinado. Pero no es así, imbécil degenerado…

Tirano: los que vas a matar —o los que van a exterminar tu régimen en una acción revolucionaria de masas— te desprecian. Conocen que eres un pigmeo ante la historia, un instrumento ciego, en que tu  suerte está unida a la de los tiranos que pretendes copiar.

Los que has asesinado, los que has perseguido, los que has encarcelado, todos los que tiranizas, te saludamos llenos de optimismo. Trabajas para nosotros: matas, encarcelas. La sangre es el mejor abono de la libertad. El pueblo de Cuba triunfará, él irá a la lucha porque sabe con el maestro Marx que sólo las cadenas puede perder y en cambio tiene un mundo que ganar: preparar la nueva sociedad de los productores.

Compañero: De pie, en honor al cantarada inmolado, recordemos estas palabras, también suyas, estas palabras de aliento para todos los trabajadores.

Vosotros, camaradas aún con vida, camaradas perseguidos, candidatos a la inmolación, como todos lo somos en esta lucha, digamos en un solo grito: ¡Adelante!

Comité Central del Partido Comunista de Cuba

Archivo Nacional, Fondo Especial, 1929.

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