La Alameda de Paula de La Habana

Por: Conde San Juan de Jaruco
En: Diario de la Marina (13 abril 1947)

En uno de los párrafos del memorial que entregó el ilustrado don Felipe Fons de Viela, marqués de la Torre, capitán general y gobernador de la Isla de Cuba, a su sucesor el teniente general Diego José Navarro, sobre las numerosas obras que había llevado a cabo en esta isla, aparece: “Construí el hermoso paseo de Paula, adorno y desahogo de la ciudad. No hay paraje más agradable en ella, por su situación y por sus visitas; expuesto a los aires frescos, descubriendo toda la bahía y colocado en el lugar más principal de la población, logra el público dentro del recinto amurallado, donde antes había un lugar en que se echaban las basuras, el sitio de recreo más propio para un clima tan ardiente, y que parecía elegido para este fin desde la fundación de La Habana”.

Los trabajos realizados en La Alameda de Paula durante el mando del marqués de la Torre, se reducían a un terraplén adornado con dos hileras de álamos, entre los cuales se encontraban algunos bancos de piedra, en los que descansaban los peatones. Comenzaba este paseo a continuación de la calle de Oficios, y continuaba por ella hasta el hospital y calle de Paula, el cual fue el que dio nombre a esta Alameda, y la cual subsistió en su primitiva forma durante todo el resto del siglo XVIII, hasta que a principios del siguiente la mejoró notablemente el teniente general don Salvador de Muro y Salazar, marqués de Someruelos, capitán general y gobernador de esta isla, que en 1804, ordenó embaldosarla y adornarla con una sencilla fuente, colocando también asientos de piedra con respaldo enverjado.

El teniente general don Leopoldo O’Donnell y Jorris, duque de Tetuán, conde de Lucena, capitán general y gobernador de la Isla de Cuba, comisionó a don Mariano Carrillo de Albornoz, general del real cuerpo de ingenieros, para que hermoseara la Alameda de Paula, y el cual le construyó una glorieta circular sobre el parapeto del baluarte de Paula, colocándole por la parte norte una escalinata que conducía al salón embaldosado en toda su longitud (el cual fue también conocido por el nombre de “Salón de O’Donnell”), y terminado con otra escalinata cerca del ángulo del hospital. Por las noches se iluminaba este aristocrático paseo con luces de gas en reverberos, sostenidos por sus correspondientes pies de hierro de cinco varas de altura, y en el centro de la Alameda se encontraba una fuente circular de piedra, cuyos surtidores procedían de un pedestal cuadrilongo, que servía de base a una columna también circular y cubierta de relieves alegóricos.

Entre los sucesos más conocidos que ocurrieron en Cuba durante el mando del capitán general O’Donnell, duque de Tetuán, aparecen, el asunto que un escritor jocoso denominó “Batalla de Ponche de Leche”, acaecida en ocasión que el pueblo se oponía a que se cerrara a las diez de la noche el café de Ezcauriza (hoy Hotel Inglaterra), lo que causó el destierro de siete padres de familia: el ruidoso episodio de mister David Turnbull, cónsul de Inglaterra, que según el historiador Bachiller, “llevaba hasta el fanatismo su religión humanitaria”, y el cual pedía la total extinción del tráfico de esclavos: la conspiración de la Escalera y la muerte de Plácido.

Es muy notable que el notabilísimo general de ingenieros don Mariano Carrillo de Albornoz, natural de Oaxaca, en México, que hemos nombrado anteriormente, tuviese parentesco con la antigua y distinguida familia cubana de este apellido, cuyo progenitor en esta isla fue don Sebastián Carrillo de Albornoz y Coello, capitán de infantería, natural del Puerto de la Orotava, en Tenerife, que justificó su hidalguía el 7 de octubre de 1664 ante el cabildo del ayuntamiento de La Habana, probando ser bisnieto de don Francisco Carrillo de Albornoz, el viejo, conquistador del reino de Granada y de las islas Canarias, primer personero de ellas, Jurado y Alcalde Mayor por ausencia del adelantado don Alonso Fernández de Lugo.

El mencionado capitán Sebastián Carrillo de Albornoz y Coello casó en la parroquial Mayor de La Habana el 5 de Junio de 1636, con doña Ana del Castillo, dando origen a una noble y dilatada descendencia, entre la cual se encuentran:
El licenciado Bernardo José Carrillo de Albornoz y Meyreles, que fue abogado de los Reales Consejos y de la Real Audiencia de México, alcalde mayor de Chichicapa y Zinatián, en Nueva España; y su hermano José Manuel, fue alcalde de la Santa Hermandad y sobrestante mayor de las fortificaciones de la plaza de La Habana. Don José Manuel Carrillo de Albornoz y Arenales, hijo de este último, fue teniente del regimiento de Cantabria, y alcalde de la Santa Hermandad en La Habana.

Don Juan Carrillo de Albornoz y Arango, fue auditor honorario de Marina, y su hermano José Manuel, fue teniente de Lanceros, habiéndose distinguido en la guerra de sucesión española a la muerte de Carlos II de Austria. Don Antonio Carrillo de Albornoz y Arango fue auditor honorario de Marina, alcalde de la Santa Hermandad, asesor de la Intendencia y Superintendencia de La Habana.

Don Anastasio Carrillo de Albornoz y Arango, fue abogado, catedrático de Economía Política y de Derecho Patrio, alcalde ordinario y regidor fiel ejecutor de La Habana, oidor de la Real Audiencia de Puerto Príncipe, auditor de guerra y marina del apostadero de La Habana, y vicedirector de la Sociedad Económica de Amigos del País. Notable periodista y gran escritor, siendo su tratado sobre la prescripción, uno de sus mejores trabajos. Bachiller escribió su elogio póstumo: “No era una esperanza, era una realidad; una inteligencia nutrida con la ciencia y la experiencia, uno de los próceres de la sabiduría, de quien obtenía la sociedad consejo y ejemplo. Carrillo, ciudadano distinguido, literato excelente, probo letrado, justo juez, laborioso concejal, no puede ser objeto de la envidia de nadie porque ya ha muerto y no es obstáculo a la ajena ambición. Sus compatriotas deben consagrarle la manifestación de que el hombre público mereció bien de la patria, que conservó las tradiciones de la familia, que no desmereció del insigne habanero don Francisco de Arango y Parreño, de quien era próximo pariente, mientras sus hijos, sus deudos, sus amigos, lloran la desaparición del hombre privado”.

Don Isaac Carrillo de Albornoz y O’Farrill, fue otro miembro destacado de esta distinguido familia: abogado y notable poeta, en 1862 publicó en “El Siglo” su primera composición en prosa, y su primera poesía en “El Rigoletto”. Colaboró en “Revista del Pueblo”, “El Occidente”, de Guanabacoa; en “El Ateneo”, en “Noches Literarias”, en “Aguinaldo Habanero”, y en “El Occidente de La Habana”, de cuyo diario fue folletinista con el pseudónimo Carlos Alircia. Fue autor de los dramas “Magdalena” y “Luchas del Alma”. Entre sus artículos en prosa sobresalen: “María”, “El hombre de la máscara”, “Noches de Luna” y entre sus poesías de mayor mérito deben citarse: “Inspiración”, “A la guerra civil de los Estados Unidos”, “Al Liceo de La Habana”, “Adiós a Cuba”, “A la muerte de mi padre”, “El huracán del alma”, y “El que con lobos anda”. Su exaltación política se conoció primeramente en un soneto a Isabel II, y luego su periódico “La revolución”, del que sólo se publicaron dos números, que ocasionaron su prisión y más tarde su expatriación.

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