La antigua Iglesia de San Francisco

Por: S. de Urbino

En: Revista Arquitectura (1930)

En un estudio publicado en el número ante­rior sobre la Iglesia de Paula, presentamos la hipótesis de la influencia barroca setecentista me­jicana sobre una parte de nuestra arquitectura colonial. Hoy iremos más lejos apoyándonos con algunos razonamientos y trataremos de analizar ligeramente la antigua Iglesia de San antigua_iglesia_san_francisco_1930Francisco antes de su restauración, ya que esta fachada con su vieja torre ha desapare­cido recientemente, para dejar paso a otra de nueva construcción.

Es un hecho histórico que económicamente de­pendimos en una época remota del Vireinato Es­pañol que dominaba Méjico. La pobreza de la Colonia de Cuba era tanta, que se hacía necesa­rio viniese de allá el dinero para pagar los mas imprescindibles servicios públicos.

En otra, faltos de colegios y planteles superio­res la juventud aquí nacida, tenía para educar­se, que ir a Méjico o a España, prefiriéndose es­to último por su proximidad y menor costo.

De donde, si en lo económico y en lo intelec­tual dependimos de esa bella tierra vecina, ¿cómo vamos a extrañarnos que llegaran hasta nos­otros algunos reflejos de aquel arte que produjo en América obras muy superiores, (a mi modes­ta opinión), a todo que se levantó por ese mismo tiempo en España?

Si hoy los modernos historiadores reconocen la influencia del barroco mejicano en obras cons­truidas en la misma España, ¿cómo no iba a llegarnos algo de ese florecimiento a nuestra Ha­bana?

Cierto que los trabajos de esa maquinaria científica que es la Secretaría de Instrucción, de la República hermana en recientes y valiosas publicaciones están dando a conocer universalmente las obras maestras de varias épocas que guarda su suelo, que hasta hace muy poco han si­do ignoradas.

Al mismo tiempo, algunas notables Universi­dades Norte-Americanas desde hace años profundizan cada vez más estos estudios, acompañándolos de investigaciones especiales, publica­mos con el mismo fin, cursos de verano para Pro­fesores y alumnos, que se trasladan a Méjico, y es cierto también, que nosotros hemos ignorado muchas cosas en lo que se refiere a nuestra Amé­rica, y aún en nuestra propia Isla.

A poco que se analice la fachada de la anti­gua Iglesia de San Francisco, nos encontramos con una torre que a nuestro juicio fué la antigua_torre_de_san_francisco_1930mejor compuesta de todas las que se levantaron en la Habana, y caso insólito, tallistas ornamentales y escultores dejaron en ella una decoración que no se encuentra en ninguna otra Iglesia de Cuba.

Un motivo escultórico ocupaba el ángulo en toda la altura del basamento o primer cuerpo de la torre, una cadena estilizada casi representan­do fardos atados con sogas se repetía en las es­quinas del segundo, y un tercero más clásico con sus pilastras dóricas en salientes, sus cadenas de pequeñas piedras que afinaban la composi­ción a medida que subía, soportaban un remate donde hizo gala su autor de una inspiración nada común entre nuestros primitivos arqui­tectos.

Los pequeños huecos con arcos polibados, que como lucarnas rompen las caras de la pirámide cuadrangular con que termina (1), su talla en la imposta, arquitrabe, friso, cornisa y frontones abiertos, acentuando las franjas o motivos ho­rizontales, le dan a este coronamiento, a nuestro entender, un típico sabor hispano azteca.

Ahora bien nos choca una falta de concordan­cia entre la torre y el resto de la fachada, toda­vía en la parte superior del motivo central hay algo del hombre que levantó la torre, hay ins­piración, modernidad en su época, supresión de cornisas, líneas sentidas que ascienden con un ritmo muy decorativo, aunque se ve el desacierto en la unión de los muros, pero en la parte infe­rior se nos antoja ver al descubierto un ver­dadero lego en arquitectura, un hombre o va­rios hombres que no saben siquiera correr las horizontales del primer “bandeau” de la torre y terminan su cometido con dos huecos, a todas luces posteriores y un vulgar frontón con cuatro pilastras, encerrando este mesquino todo, el hue­co de la entrada principal.

Pero aun así, el primitivismo y la pátina de los años le daban una cierta armonía y unidad al conjunto que a nuestro juicio debió merecer más amor por parte de sus propietarios, los R. R. P. P. Franciscanos y un poco de respeto a sus demoledores.

El interior se puede apreciar por la vista de la nave lateral que reproducimos. Estaba formado por grandes arcos de medio punto con nobles proporciones que sostenían las cubier­tas de madera dura similares a las de otras igle­sias levantadas por ese mismo tiempo en la Ha­bana, pero con un avance o modernidad; se ha­bían suprimido las pilastras y columnas con sus capiteles y en su lugar un haz de fustes cilín­dricos que daban la vuelta con el arco, solo eran cortados por una franja de molduras horizonta­les al nacimiento de este. En cuanto a las obras de arte que pudieran haber existido en altares, pinturas, estatuas, etc., esperamos que hayan corrido una mejor suerte.

No me guía al redactar estas líneas un motivo de crítica a los queridos compañeros autores de la nueva iglesia, simplemente he hecho un pe­queño estudio que a mi juicio encadena otro anterior, anotando un caso más, que prueba la necesidad de un legislación sobre nuestros mo­numentos históricos.

(1) Sin escultura y con elementos mucho más toscos, pero en síntesis los mismos, rematan otras torres de viejos conventos en la Habana.

 

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