La Habana por el Barón de Humboldt

Por: Barón de Humboldt
En: Ensayo político sobre la Isla de Cuba (1810)

La importancia política de la isla de Cuba no consiste únicamente en la extensión de su superficie, aunque es doble mayor que la de Haití, ni en la admirable fertilidad de su suelo, ni en sus establecimientos de marina militar y la naturaleza de una población compuesta de tres quintas partes de hombres libres, sino que aun es más considerable por las ventajas que ofrece la posición geográfica de la Habana.

La parte septentrional del mar de las Antillas, conocida con el nombre de golfo de Méjico, forma una concha circular de más de 250 leguas de diámetro, una especie de mediterráneo con dos salidas cuyas costas, desde la punta de la Florida hasta el cabo Catoche de Yucatán, pertenecen exclusivamente en la actualidad á las confederaciones de los Estados-Mejicanos, y de la América del Norte. La isla de Cuba, ó por mejor decir su litoral entre el cabo san Antonio y la ciudad de Matanzas, colocada en el desembocadero del Canal-Viejo, cierra el golfo de Méjico, al sudeste, no dejando á la corriente oceánica, conocida con el nombre de Gulf-Stream, mas aberturas, que hacia el sur, un estrecho entre el cabo San Antonio y el de Catoche; hacia el norte el canal de Bahama, entre Bahía-Honda y los encalladeros de la Florida.

Cerca de la salida septentrional, precisamente donde se cruzan, por decirlo así, una multitud de calzadas que sirven para el comercio de los pueblos, es donde se halla situado el hermoso puerto de la Habana, fortificado por la naturaleza y aun más por el arte. Las flotas que salen de aquel puerto, construidas en parte de cedro y de caoba de la isla de Cuba, pueden combatir á la entrada del Mediterráneo mejicano, y amenazar las costas opuestas, lo mismo que las que salen de Cádiz pueden dominar el océano cerca de las Columnas de Hércules.

Al entrar en el puerto de la Habana, se pasa por entre el castillo del Morro (castillo de los Santos Reyes) y el fortín de san Salvador de la Punta: la abertura sólo tiene de 170 á 200 toesas de ancho, y lo conserva durante tres quintos de milla, saliendo de la boca después de dejar al norte el hermoso castillo de San Carlos de la Cabaña, y la Casa Blanca, se entra en una concha de forma de trébol, cuyo grande eje, dirigiéndose desde el SSO al NNE, tiene dos millas y media de largo, y comunica con tres ensenadas, la de Regla, la de Guanavacoa y la de Atares, y en esta última hay algunas fuentes de agua dulce.

La ciudad de la Habana, rodeada de murallas, forma un promontorio que tiene por límite, hacia el sur, el arsenal, y hacia el norte, el fortín de la Punta. Más allá de los restos de algunos buques echados á fondo y del encalladero de la luz, no hay más que de ocho a diez, ó, por mejor decir, de cinco a seis brazas de agua. Los castillos de Santo-Domingo de Atares y de San Carlos del Príncipe, defienden la ciudad por el lado del poniente, y distan del muro interior por la parte de tierra, el uno 660 y el otro 1240 toesas. El terreno intermedio lo ocupan los arrabales del Horcón, de Jesús María, de Guadalupe y Señor de la Salud, que cada año van estrechando más el Campo de Marte.

Los grandes edificios de la Habana, á saber la catedral, la Casa del Gobierno, la del comandante de la marina, el arsenal, la casa de correos y la fábrica de tabacos, son menos notables por su hermosura, que por lo sólido de su construcción. Las calles son estrechas en lo general, y las más aun no están empedradas. Como las piedras las llevan de Veracruz, y el transportarlas es muy costoso, habían tenido, poco antes de mi viage, la rara idea de suplir el empedrado por medio de la reunión de grandes troncos de árboles, como se hace en Alemania y en Rusia, cuando se construyen diques para atravesar para ges pantanosos. Bien pronto abandonaron este proyecto, y los viageros que llegaban de nuevo, veían con sorpresa los más hermosos troncos de caoba sepultados en los barrancos de la Habana. Durante mi mansión en la América española, pocas ciudades de ella presentaban un aspecto más asqueroso que la Habana, por falta de una buena policía; porque se andaba con el barro hasta la rodilla; y la muchedumbre de calesas o volantas que son los carruages característicos de la Habana, los carros cargados de cajas de azúcar, y los conductores que daban codazos á los transeúntes, hacían enfadosa y humillante la situación de los de á pié.

El olor de la carne salada o del tasajo apestaba muchas veces las casas y aun las calles poco ventiladas. Se asegura que la policía ha remediado estos inconvenientes y que ha hecho en estos últimos tiempos mejoras muy conocidas en la limpieza de las calles. Las casas están más ventiladas y la calle de los mercaderes presenta una hermosa vista. Allí como en nuestras ciudades más antiguas de Europa, un plan de calles nial hecho no puede enmendarse sino muy lentamente.

Hay dos paseos muy buenos, el uno (la Alameda) entre el hospicio de Paula y el teatro, y el otro entre el castillo de la Punta y la Puerta de la Muralla: el primero fue hermoseado en su interior con mucho gusto por Peruaní, artista italiano, en 1803, y el segundo llamado también paseo extramuros, goza de una frescura deliciosa, y después de puesto el sol, concurren a él muchos coches; lo comenzó el marqués de la Torre que entre todos los gobernadores de la isla fue el que dio el primer y más feliz impulso á la mejora de la policía y del régimen municipal.

Don Luís de las Casas, cuya memoria es igualmente estimada de los habitantes de la Habana, y el conde de Santa Clara han aumentado estos plantíos. Cerca del Campo de Marte está el jardín botánico, que es digno de llamar la atención del gobierno, y otro objeto, cuya vista aflige y choca al mismo tiempo, son las barracas delante de las que se ponen en venta los infelices esclavos. Después de mi vuelta á Europa, se ha puesto en el paseo extramuros una estatua de mármol de Carlos III. Aquel sitio había sido destinado al principio para un monumento de Cristóbal Colón, cuyas cenizas se trageron á la isla de Cuba, después de la cesión de la parte española de Santo-Domingo.

Aquellos palmeros que me deleitaban alrededor de la Habana en el anfiteatro de Regla, desaparecen, anualmente; y los sitios pantanosos que yo veía cubiertos de cañaverales de bambúes, se cultivan y se desecan.

La civilización hace progresos, y se asegura que en la tierra más desnuda de vegetales, apenas se ven algunos restos de su abundancia silvestre. Desde la Punta hasta San Lázaro, desde la Cabaña á Regla, y desde aquí á Atares, todo está lleno de casas, y las que rodean la bahía son de una construcción ligera y elegante. Se forma el plan de ellas y las piden á los Estados Unidos, como se encarga un mueble cualquiera. Mientras que hay fiebre amarilla en la Habana se retiran los habitantes á dichas casas de campo y á las colinas, entre Regla y Guanavacoa donde se respira un aire más puro…

La ciudad de la Habana propiamente dicha está rodeada de murallas, y sólo tiene 900 toesas de largo y 500 de ancho; pero sin embargo están amontonadas en un recinto tan corto más de 44,000 almas, de las cuales 26,000 son negros y mulatos. Una población casi igual se ha refugiado á los dos grandes arrabales de Jesús María y de la Salud; pero este último no merece el hermoso nombre que tiene, pues aunque la temperatura del aire es en él menos elevada que en la ciudad, las calles hubieran podido ser más anchas y mejor trazadas. Los ingenieros españoles, de treinta años á esta parte, hacen la guerra á los habitantes de los arrabales, probando al gobierno que las casas están demasiado cerca de las fortificaciones, y que podría alojarse el enemigo impunemente en ellas. No hay firmeza para demoler los arrabales, y arrojar de ellos una población de 28,000 habitantes reunidos en sólo el de la Salud, Este barrio ha aumentado considerablemente desde el gran incendio de 1802, pues aunque al principio se construyeron barracas, éstas se convirtieron poco a poco en casas.

 

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