La Plaza de Armas vista por Samuel Hazard en 1861

Por: Samuel Hazard
En: Cuba a pluma y lápiz

Ya estamos en la Plaza de Armas, que es el principal lugar público de la ciudad, ocupando el espacio comprendido entre las calles de Obispo y O’Reilly, frente al palacio. Forma un bonito cuadrángulo, a cuyos lados hay bancos de piedra tras los cuales se eleva una verja de hierro y dentro sus  límites cuatro jardinillos, separados unos de otros por cuatro sendas que se reúnen en el centro, formando una glorieta o círculo interior, en medio del cual se ha erigido una estatua de mármol a Fernando VII.

Los jardines están llenos de plantas y flores, prestando mayor gracia y belleza a la escena las altas palmas reales.

Damas en quitrín. Dibujo de Samuel Hazard

En el lado oeste está el palacio y residencia del Capitán Gobernador General, la principal autoridad de la Isla. Es un edificio grande de piedra, amarillento, con los pisos altos descansando por el frente sobre columnas, que les prestan un buen aspecto arquitectónico. En el centro del edificio hay un patio, en cuyos cuatro lados están las ventanas interiores. Todo está ocupado por el capitán general y su estado mayor, y en los bajos hay las oficinas necesarias para la tramitación de los asuntos públicos.

Alrededor de la plaza hay algunos árboles, muy bellos y curiosos, que se mantienen enhiestos al través de los años, a pesar de los huracanes que de vez en cuando han dañado o destruido algunas palmas. Hay unas especies de higueras, conocidas por laurel de la India.

La razón de que la plaza sea el lugar más concurrido consiste en que, en adición a su situación frente al palacio, todas las noches una de las bandas militares de la guarnición da un concierto en beneficio del público y para satisfacción del capitán general. Este diario concierto nocturno, conocido por retreta, lleva allí un gran número de personas de ambos sexos. Las señoras, en sus carruajes, dan vueltas alrededor de la plaza durante el tiempo que la banda no toca, o reciben las atenciones de sus galanes. Los caballeros pasean por la plaza fumando sus tabacos, o permanecen sentados en las numerosas sillas que una empresa particular ofrece al público, abonándose cinco centavos por la ocupación ilimitada de cada silla.

Algunas veces las señoras, acompañadas de un caballero, bajan de los carruajes y pasean por la plaza. Debo confesar que me extrañó la falta de atención hacia las damas que mostraban los hombres.

Es muy raro ver a un caballero acercarse a los carruajes y charlar con las damas, como es la costumbre en los Estados Unidos. Las señoras permanecen recostadas en los asientos de la manera más indiferente e impasible, sin mostrar satisfacción alguna, como si asistieran a un acto ceremonioso.

De muy diferente manera se comportarían nuestras muchachas americanas, si tuvieran tan agradables oportunidades y lugares para coquetear á su gusto.

Palacio de gobierno. Dibujo de Samuel Hazard

Todas las noches, poco antes de las ocho, un piquete de algún regimiento, compuesto de un sargento y varios soldados, seguidos de la banda, generalmente como de unos cincuenta o sesenta músicos, marchan a través del parque y se estacionan en un lugar determinado, permaneciendo en actitud de “descanso” hasta que un redoble de tambor proveniente del cercano cuartel da la señal de “atención“, en espera del cañonazo del Morro. Inmediatamente que éste ha sonado, comienza el concierto. La guardia, con las armas al lado, permanece en actitud firme mientras toca la banda, y de descanso durante los intervalos de una pieza a otra. La música que se oye es generalmente escogida, selecciones de las principales óperas en buena parte. A las nueve en punto las cornetas y tambores de los diferentes cuarteles tocan a retreta y en seguida la guardia y la banda marchan hasta situarse frente a la puerta de palacio, tocando allí la última pieza, como un especial cumplimiento al capitán general, y como queriendo evidenciar que mientras la banda toca una hora para el público, sólo se reserva una pieza aquél para su goce particular. Terminada ésta, la tropa se dirige a su cuartel, a los sones de una alegre marcha. La fiesta ha terminado.

Es una agradable manera de pasar la noche. La selecta música, los uniformes de la tropa, las bellas mujeres, los carruajes que ruedan alrededor de la plaza, las brillantes luces reflejadas en el intenso verde de la vegetación tropical, junto con el aire embalsamado y la deliciosa fragancia de los Londres superfinos, contribuyen a hacernos gozar del más dolce far niente; con mayor motivo si uno es lo bastante afortunado de estar allí en una noche de clara luna. En este caso, si tenéis amistad con alguna de las bellas mujeres que están sentadas en los elegantes quitrines, vuestro goce será más intenso, pues es el momento más propicio para admirar a la belleza cubana, recostada en su ligero y confortable coche, ostentando un elegante vestido de noche.

 

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