Iglesias y conventos de La Habana en “La Habana de ayer, de hoy y de mañana”

Por: Emilio Roig de Leuchsenring
En: La Habana de ayer, de hoy y de mañana (1928)

Así como en México y el Perú dejaron los españoles, en el orden artístico, recuerdos imborrables y valiosísimos —templos, palacios, monumentos— que aminoran o compensan en algo los duros siglos de esclavitud y explotación que significaron la conquista y colonización hispana en América, en Cuba por el contrario, ni las fortalezas ni los palacios coloniales de nuestra capital tienen más valor que el puramente histórico, encontrándose desprovistos, casi por completo, de tesoros artísticos, ya desde el punto de vista arquitectónico, ya en pinturas, esculturas, muebles o adornos de otras clases.

En vano tratará el piadoso visitante de cualquiera de nuestros templos, encontrar algo en ellos que lo embargue de místico arrobamiento y eleve su espíritu a regiones más puras y superiores que la del mísero planeta en que vive. Imposible. Nuestros templos son caserones, más o menos grandes, cerrados por cuatro paredes, con torres pequeñas, toscas y chatas que parecen temerosas de elevarse al cielo o aferradas insistentemente en rastraer por el suelo. No han sido hechas por arquitectos, sabios y adoradores de la belleza que al labrar la piedra o el mármol trataban de trasmitirle su fervor artístico, sino por rudos maestros de obra o simples albañiles, a tanto el metro.

De esta crítica general sobre nuestras iglesias, en la que no hay exageración ni apasionamiento, no se salva ni aun la Catedral de la Habana, aunque, como es lógico, es el menos malo de los templos habaneros.

Ya dijimos, al tratar de la Casa de Gobierno o Palacio de los Capitanes Generales, hoy convertido en el Hotel de Ville de la Capital de la República, que en el lugar que ocupa se levantó primitivamente la primera iglesia parroquial, de tablas y guano, que tuvo la ciudad, incendiada en 1538, y reconstruida, de piedra, de 1550 a 1571, con sucesivas reedificaciones y ampliaciones terminadas definitivamente hacia 1666 por el obispo Don Juan de Santos Matías, hasta que en 30 de junio de 1741, durante una tempestad eléctrica que se desató sobre la Habana, un rayo caído en la Santa Bárbara del navio San Ignacio (a) Invencible, anclado en el puerto de la Habana, lo hizo volar, cayendo dos trozos de su obra muerta sobre la techumbre de la iglesia parroquial mayor, produciéndole tan considerables desperfectos, que fué necesario cerrarla al culto, primero, y demolerla por completo, al poco tiempo, durante el mando de Don Francisco Güemes y Horcasitas, levantándose años después sobre sus escombros, la Casa de Gobierno.

Al cerrarse al culto la iglesia parroquial mayor, el obispo Laso de la Vega ordenó que se trasladaran los vasos y demás objetos sagrados al oratorio de San Ignacio, de los Padres Jesuitas, situado en el lugar que ocupa lo que después, y definitivamente, fué la Catedral.

En los años sucesivos se hicieron mejoras y reformas en ese oratorio, sin que se procediera a construir la parroquial, hasta que, abandonado el oratorio por los Jesuitas, a causa de su expulsión en 1767 y trasladado el asiento Catedral de la Isla a la Habana, como consecuencia de la división de la Isla en dos diócesis, en 1788, y nombrado obispo de esta diócesis, el que lo era de Puerto Rico, Don Felipe José de Tres Palacios, éste realizó, con sus rentas y las de su prelacía, la transformación y reconstrucción del Oratorio de San Ignacio, en Catedral, dedicada a la Purísima Concepción, hasta dejarla terminada casi en la misma forma en que hoy se encuentra.

Don Juan de Espada y Landa, sucesor de Tres Palacios, y de gratísima recordación en la historia de la Habana, realizó en la Catedral importantes reformas destruyendo cuanto en ella había de mal gusto en adornos, altares, estatuas de santos, sustituyendo éstas por cuadros al óleo pintados por el artista Vermay y sus discípulos.

El templo lo forma un rectángulo de 34 x 55 metros, dividido interiormente por gruesos pilares en tres naves y ocho capillas laterales. El piso es de baldosas de mármol negro y blanco.

A su entrada estuvo, hasta el cese de la dominación española, el monumento funerario, obra del artista español Mélida, a Cristóbal Colón, conteniendo las supuestas y tan discutidas cenizas del Gran Almirante, trasladadas a España en 1898. A la derecha del altar mayor se encuentra el sitio donde estuvieron guardadas esas cenizas mientras se erigía el monumento antes dicho. En una de sus capillas, la de Loreto, se halla, adosado al muro, el sepulcro del obispo Apolinar Serrano.

En su exterior, aunque no ofrezca ni por las proporciones generales del templo ni por sus dos desiguales torres, nada extraordinario y verdaderamente notable, dentro de su estilo barroco español, constituye, con el convento de San Francisco, los únicos templos de la época colonial que merecen conservarse como monumentos nacionales, por ser, desde el punto de vista artístico, los únicos aceptables, y por el valor histórico que indiscutiblemente tienen, principalmente la Catedral.

A ésta la favorecen, además, el aspecto interesantísimo y típicamente criollo colonial de la Plaza que lleva su nombre y los edificios que a derecha e izquierda, bellas casas netamente cubanas antiguas, se levantan.

 

El Convento de San Francisco

Se comenzó a levantar este convento poco después de 1574 en que se estableció en la Habana la comunidad de frailes menores de San Francisco.

Para su construcción se contó con peculio del real erario y con las limosnas que abundantemente recogieron los frailes mendicantes de la orden entre los vecinos de la población, a pesar de la oposición que hizo el cura de entonces y que fue resuelta a favor de los franciscanos por la Real Audiencia de Santo Domingo.

Más de siglo y medio tardó en quedar terminada definitivamente su construcción, pues, a consecuencia de haberse levantado parte de sus cimientos sobre el mar, en 1719 la capilla mayor amenazó ruina, y las obras necesarias para reparar los defectos hallados y dar fin a la edificación tropezaban no sólo con la escasez de numerario sino también con la lucha que hubo que sostener para cegar unos abundantes raudales de agua que corrían subterráneos e inundaban las zanjas abiertas para levantar los muros por el costado que da a la plaza.

Vencidos todos los obstáculos y terminada la obra, fué consagrado el templo el primero de diciembre de 1738 por el obispo fray Juan Laso de la Vega y Cansino.

La iglesia es de tres amplias naves, siendo la del centro de doble ancho que las de los lados, y de una rica viguetería de cedro, el techo, exteriormente, de tejas. La torre tiene 48 varas de altura y es la más elevada de las iglesias de la Isla, estando sólidamente construida de gruesos sillares, como lo prueba el hecho de haber resistido todos los vientos huracanes que ha sufrido la Habana. Antes había un hermoso reloj y, en lo más alto, una estatua de San Francisco que la echó al suelo el ciclón de 1846.

La fachada del templo mira a la calle de Oficios y la espalda al muelle. El coro de la iglesia era todo de caoba y el convento contaba 111 espaciosas celdas para los frailes, y su sacristía poseía ricos ornamentos y vasos sagrados donados por los fieles. De los retablos de sus 22 altares el mejor era el dedicado a San Francisco Javier, apóstol de la Iglesia.

Entre los enterramientos que se hicieron en este convento figuraron el del obispo Laso, que la consagró, trasladándose sus cenizas, en 1867, a la Catedral; Luis de Velasco, el defensor del Morro cuando la toma de la Habana por los ingleses en 1762; y el Gobernador Diego Manrique, muerto en 1765 del vómito, a los pocos días de haber llegado a la Habana.

Era costumbre de la orden, desde 1823 hasta que fué suspendida, el repartir diariamente, al medio día, una sopa a los pobres.

Entre los frailes que vivieron en este convento se contaron dos santos: San Francisco Solano y San Luis Beltrán. Tenía el convento establecidas las cátedras de teología, filosofía, matemáticas y gramática desempeñadas, respectivamente, por el padre Orellana, don José de la Luz Caballero, Mr. Kruger y el padre Manuel Suárez.

La clase del gran educador cubano, Don Pepe, se daba en la parte baja de los claustros y a sus conclusiones que se celebraban anualmente en la capilla, asistía, según Manuel Costales, una juventud entusiasta.

El propio cronista recuerda que, bajo las bóvedas del templo se cometió, al pié de la imagen de Jesucristo, el jueves santo de 1836, mientras el gentío andaba de estaciones, el asesinato de un piadoso devoto que oraba de rodillas, sin que pudiera descubrirse al asesino.

En 1841, con motivo de las reformas implantadas en España con las comunidades religiosas, la comunidad de San Francisco se refundió en la de la Orden Tercera, abandonando ese templo y haciéndose cargo del Convento de San Agustín.

Fué entonces la iglesia de San Francisco cerrada al culto, y pasando el edificio a propiedad del Estado, estableciéndose allí, en diversas épocas, ya almacenes de aduana, oficinas y, alojamiento de funcionarios públicos, ya la Aduana y, actualmente, la Secretaría de Comunicaciones y oficinas principales de correos y telégrafos, después de numerosas reparaciones que se hicieron en su interior.

 

Otros templos y conventos

Nos extenderíamos más de lo oportuno si describiésemos detallada y separadamente, todas y cada una de las iglesias que se levantaron en la ciudad de La Habana y que en su mayoría, existen hoy, aunque algunas han sido reconstruidas y otras clausuradas y destruidas, trasladándose sus comunidades a otros parajes de la población. Nos limitaremos, pues, a enumerarlas, siguiendo el relato que de las existentes en 1863 hace el historiador Pezuela: Convento de Belén, Convento de Carmelitas Descalzas de Santa Teresa de Jesús, Convento de la Merced, Convento de Religiosos Ermitaños de San Agustín, Convento de Santo Domingo, Convento de Monjas de .Santa Catalina de Sena, Convento de Monjas de Santa Clara, Convento de Monjas Ursulinas, Espíritu Santo, Jesús María, Nuestra Señora de la Salud o de Guadalupe, Nuestra Señora del Pilar de Carraguao, Oratorio de San Felipe de Neri, San Isidro, San Nicolás, Santo Ángel Custodio, Santo Cristo del Buen Viaje y el Santuario de Regla.

 Debemos hacer constar que tanto en su interior como en su exterior todos estos templos carecen totalmente de valor artístico arquitectónico.

 

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