El traslado de La Habana a la costa norte por Jenaro Artiles

Por: Jenaro Artiles
En: La Habana de Velázquez

Sobre el traslado de la villa a la costa norte corren diversas tradiciones y alguna leyenda que conviene desvanecer en lo que tienen de inexactas.

Se afirma que se llevó a cabo aquél porque los habaneros primitivos lo decidieron a causa de lo insano del lugar elegido en un principio, y porque una plaga de hormigas los obligó a buscar sitio más adecuado. En ninguna parte consta, que sepamos, acreditada debidamente esta afirmación, que no parece muy exacta puesto que el lugar ni era ni es insano, ni hay testimonio en aquella época de tal plaga de hormigas (28).

Las causas del traslado tuvieron que ser más lógicas y más normales. Los primeros conquistadores fueron jalonando de villas y puertos la costa sur de Cuba (Baracoa: Santiago, Trinidad, Jagua, La Habana), como escalas entonces de la corriente general de las exploraciones y conquistas que hasta ahora se encaminaban hacia el sur y el fondo del Caribe: el Dorado, Tierra Firme, el Darién, etc.; razón y propósito que están expresados claramente en diversos documentos de la época. Pero a partir de las expediciones de Francisco Fernández de Córdoba (1517), de Juan de Grijalva (1518) y sobre todo de la portentosa de Hernán Cortés (10 de febrero de 1519), la ruta y la carrera hacia el oro cambió de rumbo; se desvió hacia el noroeste, a México, en cuya conquista tomaron parte todos los vecinos importantes de La Habana, y empresa de la que muy pronto se vio una realidad de riquezas inmensas y nació una leyenda fantástica de muchas más y de imperios deslumbrantes; La Habana en la costa norte estaba geográficamente infinitamente mejor situada que la del sur para servir de puerto de salida y de recalada al nuevo y productivo tráfico.

He aquí una de las razones que tuvieron los primitivos habaneros para dar más importancia al poblado, o por lo menos a las diversas haciendas explotadas que de seguro existían ya en la costa norte, en las proximidades del puerto de Carenas, que al pobre y desplazado ya de la costa sur. La Habana quedó, además, prácticamente despoblada de vecinos al cabo de las tres expediciones sucesivas al continente, que partieron de su puerto y se nutrieron en él de hombres y de pertrechos de guerra y boca: los únicos que permanecieron en la tierra fueron quizá los pocos que estaban dedicados materialmente a los cultivos y a la cría de ganado, gente la más pobre, menos influyente y nada emprendedora; que no residían normalmente en el poblado sureño sino que llevaban una vida semisalvaje en las haciendas de la parte central y del norte, región indudablemente más fértil y mejor cultivada desde entonces (29). ¡Tanta fué la fama de las expediciones, tal el ansia de riqueza y la esperanza de lograrla que despertó en los habaneros, y tan empobrecidos y sin posibilidades de encontrar oro ya en la Isla se encontraban éstos!

Los encomenderos absentistas y ávidos, afanosos de aventuras, que les ofrecían las nuevas tierras, cercanas y de fácil acceso desde Cuba, y prometedoras en alto grado de tesoros según la fama, las apetecían y las esperaban con facilidad halagadora, incorporándose a la carrera loca hacia el continente. Los pequeños agricultores, hombres rudos, ignorantes e ignorados y apegados a la tierra, permanecieron tal vez sobre ella, en los mismos sitios en que estaban cultivándola o al cuidado de hatos y corrales de tierra adentro y de la costa norte, en la que existían, además, algunos importantes poblados indios: Güines, en una fértil vega, Yucayo, cerca de Matanzas, Jaruco, puerto de una zona de gran importancia agrícola, Guanabacoa, entre otros, y en cuyas cercanías estaban las haciendas principales y más importantes de esta parte de la Isla.

El poblado indio de Guanabacoa estaba ya tal vez encomendado, o lo fué muy poco después, a Manuel de Rojas, amigo y sucesor de Velázquez; no muy lejos estaba la bahía de Matanzas, inaccesible por tierra a causa de lo tupido de la arboleda y maniguales que la circundaban, y encomendada a Pedro Velázquez, pariente próximo del conquistador; a todo lo largo del río Casiguaguas hasta el “calabazar“, se extendían, si no entonces, poco después, las haciendas de los ricos e influyentes madrileños los Rojas, próximos parientes del ennoblecido primer escribano público y del cabildo de La Habana, Francisco de Madrid.

Al mismo tiempo (y he aquí acaso el motivo principal del llamado traslado de La Habana) la nueva dirección de la corriente conquistadora dio más importancia al puerto de la costa norte de la región que al del sur, trabajoso éste y cerrado aún hoy por los numerosos bajos y cayos que tan penoso hicieron el recorrido de Colón por estas aguas durante el segundo viaje, y tan riesgoso el de Cortés, que se llegó a darlo por perdido entre los escollos de los Jardines de la Reina. Sin contar que el puerto de Carenas, además de estar cerca de donde “tenían todos los más vecinos de la Habana sus estancias“, ofrecía infinitamente mayores facilidades a la navegación, por más abrigado, mejor defendido naturalmente, más profundo y acogedor, de mayor capacidad y de accesos cómodos desde el interior, circunstancias de que carecía el de Matanzas, abierto al mar y a los nortes peligrosos, y cerrado de bosques intrincados por la parte de tierra, según queda dicho; en el de Jaruco no se podía pensar.

Aun así, el traslado no debió de verificarse de manera concertada y solemne, sino poco a poco y por trasiego lento de los pocos vecinos, que fueron haciendo permanente la residencia temporal en los asientos de sus corrales y hatos o en paraje cercano a ellos: iniciaron seguramente este traslado los Rojas-Madríd, a sus estancias de la ribera del Casiguaguas, la Chorrera de que se ha hablado, lo que explica el primitivo asiento de La Habana en ella, y el traslado posterior a la bahía.

Así debió de ser la población de La Habana en la costa norte: agrupándose los vecinos en pequeña comunidad, pobre y rural en sus comienzos, al paso que iba quedando abandonada la primeramente establecida en la desembocadura del Mayabeque. Al cabo de unos pocos años, hacia fines de 1519, dos después de la primera expedición a México, La Habana existía en la costa norte, orillas del río Casiguaguas (hoy Almendares), aunque no es seguro que para entonces hubiera desaparecido totalmente el pueblo de la costa sur (30). Poco después acabó por establecerse también en la nueva Habana, cuyo comercio de exportación comenzaba a crecer con el tráfico a Nueva España, el cabildo (téngase en cuenta que los Rojas debían ser regidores o alcaldes y que uno de ellos, Francisco de Madrid, era el escribano) y la cárcel, el matadero, la iglesia, y el tribunal de los alcaldes ordinarios sobre todo, con lo que llegó el fin a que estaba condenado desde el descubrimiento de México el pequeño poblado del sur.

La Habana no se trasladó, por consiguiente, de la costa sur a la del norte: se fué poblando poco a poco el paraje a orillas del Casiguaguas (Almendares) en las cercanías de las estancias de los Rojas, llamada desde muy pronto la Chorrera, al paso que se iba despoblando el “pueblo viejo” sureño, de la desembocadura del Mayabeque.

No consta en ninguna parte, ni se puede asegurar seriamente, que este llamado traslado hubiese tenido lugar en un día determinado, menos aun el 16 de noviembre de 1519. Y mucho menos puede ser cierto que en la fecha indicada se celebrara en la actual Plaza de Armas de La Habana una misa solemne para consagrar la “fundación“, ni que la oficiara el padre Las Casas; ni que se reunió el primer cabildo, todo bajo una ceiba que allí existía. Una tradición muy posterior, y no anterior a la mitad del siglo XVIII en que fué recogida y perpetuada oficialmente (31), nos trasmitió noticias imprecisas y desde luego poco o nada fundadas, de tales acontecimientos, que no abonan ninguna razón histórica.

No estamos autorizados a atribuir a lo insano del paraje de la costa sur y menos a plaga alguna de hormigas la resolución (que tampoco debió de haber como tal) de trasladar La Habana a la costa norte de la parte occidental de la Isla.

 

Notas:

(28) No es antes de 1569, en el cabildo de 11 de febrero, cuando en presencia de una plaga de hormigas en La Habana, se toman medidas, pero no la del traslado a otra parte sino la de echar suertes entre los Apóstoles para seleccionar uno que sea protector de la villa. La suerte “favoreció” a San Simón, y éste fué en adelante el abogado contra las hormigas en La Habana. (Actas capitulares, tomo I, fol. 474 v.-475 v.; ed. impresa, t. II, p. 100-101). Después de esto, el cabildo patrocina esta fiesta todos los años en el mes de noviembre. (Vid. actas de 4 de noviembre de 1569, 3 de noviembre de 1570, etc.

(Actas, tomo II, p. 166 y 206). VII, hablando de Matanzas: “Y en aquel puerto o cerca dél tenían todos los más vecinos de la Habana sus estancias de casabe y puercos” (vid. supra, n. 17).

(30) El doctor PÉREZ BEATO opina que el traslado no se llevó a efecto hasta 1521, opinión no del todo desechable, si se acepta esta modalidad lenta

(31) En 1754, siendo gobernador Cagigal de la Vega se levantó el obelisco de la Plaza de Armas que recuerda el supuesto suceso y se renovó la ceiba que había de antiguo. En 1828, bajo el gobierno de don Francisco Dionisio Vives, se levantó el Templete y obras que encierran obelisco y ceiba

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