La llegada a La Habana por la Condesa de Merlín

En: Viaje a La Habana por la Condesa de Merlín

Delante de mí, hacia el lado do Occidente, el Morro, edificado junto á una roca, se levanta atrevidamente, y se destaca por cima del mar… ¿Pero qué ha sido de esa enorme masa que parecía amenazar al ciclo? De esa roca colosal que me figuraba en mi imaginación tan alta como el Atlas? Ah! me había engañado, no tiene las mismas proporciones; en lugar de aquella pesada y colosal fortaleza, la torre del Morro me parece solamente atrevida, delicada, armoniosa en sus contornos, una esbelta columna dórica asentada sobre una roca. Todos los sentimientos del hombre se modifican con el tiempo. El castillo del Morro está blanqueado, y su brillo contrasta con la negrura de la roca y con la cintura sombría que forman alrededor de él los doce apóstoles que lo circundan.

Ahora nos dirigimos hacia la izquierda; el viento viene de popa; algunas brazas aun y tocamos al puerto. Antes de entrar en él, sobre la orilla derecha, al lado del Norte, se divisa un pueblo cuyas casas, pintadas de colores vivos, se mezclan y confunden á la vista con los prados floridos, donde parecen sembradas. Parecen un ramillete de flores silvestres en medio de un parterre. Estos son los arrabales de la Luz y de Jesús y María, compuestos antiguamente de bojíos, y transformados ahora en quintas elegantes. Como un pensamiento de muerte en un día de felicidad, se eleva un colosal fantasma en medio de bonitas habitaciones, á las cuales parece rodear con un blanco lienzo… En estos espesos muros, cuyas agudas y mortíferas puntas se descubren a lo lejos sobre cada uno de los pisos, reconozco la cárcel de Tacón.

A algunos pasos de distancia, y rodeado de gigantescos cipreses, se distingue un cementerio, el cual no existía en mi infancia. Yo reconozco ese lugar fúnebre con la cruz negra que, como una morada de misericordia, se extiende sobre los sepulcros. En otro tiempo se encerraba bajo las losas de las iglesias la ceniza de los muertos, y en vano podía un reposo solitario bajo la bóveda de los cielos. Mas allá, no lejos de la playa, en medio de un arenal ardiente, á la orilla del mar, está la casa de beneficencia.

Pero hé aquí, hija mía, que la ciudad empieza ya á confundirse con los barrios. Hela aquí! Ella es, ella , con sus balcones, sus tiendas y sus azoteas , con sus preciosas casas bajas de la clase media, casas de grandes puertas cocheras, de inmensas ventanas enrojadas; las puertas y las ventanas, todo esta aquí abierto; se puedo penetrar con una mirada hasta en las intimidades de la vida doméstica, desde el patio regado y cubierto de flores hasta el aposento de la niña, cuyo lecho está cubierto de cortinas de linón con lazos de color de rosa. Mas allá están las casas aristocráticas de un piso, rodeadas de galerías que se anuncian á lo lejos por sus largas filas de persianas verdes.

Hé aquí los campanarios de la ciudad elevándose en los aires! Entre ellos reconozco el de Santa Clara, y me figuro distinguir encima de el la imagen de Santa Inés, sosteniéndose allí como una nube ligera, con su rostro pálido y sus grandes ojos negros! Allí está el antiguo espectro de Dominga la mulata expiándome al través de los claustros con su linterna sorda! Las ilusiones y las realidades se confunden en mi turbado cerebro, y hacen latir mi corazón como si quisiera salirse del pecho.

Pero ¿qué es lo que veo á la entrada de la ciudad? El terrado de la casa de mi mamita! Mi alma quiere volar hacia esos lugares, y penetra con un santo respeto dentro de esos muros ennegrecidos por el tiempo, donde la mano de un ángel sirvió de apoyo á mis primeros pasos; donde, á la sombra de sus alas maternales, crecí resguardada de esos tiros envenenados, cuya herida empaña para siempre la pureza! Aquí fué donde, siempre rodeada de ejemplos de bondad y de sabiduría, aprendí á conocer y á amar el bien; aquí donde la virtud me pareció inseparable de nuestra propia naturaleza, tan natural, y tan simpáticamente! veia yo aplicados sus divinos preceptos á las acciones mas simples de la vida….! Oh hija mia! á qué inspiración tan hermosa he obedecido cuando, para cumplir un deber, he emprendido un viajo tan largo y tan peligroso! Cuantas gracias doy á Dios por haberme conducido al través del Océano á dos mil leguas de mis hogares, para saludar una vez todavía la tierra que me ha visto nacer! Teresa, Mariana, mis amadas tias, vosotras tan jóvenes, tan hermosas, que llenasteis tan dignamente hacia mi los deberes y la responsabilidad que impone el cuidado de una vida naciente, recibid el homenage de un corazón reconocido! Mi alma se enternece profundamente a la vista de estos lugares en que yo vine al mundo entre tanto amor y tan tiernas solicitudes, y donde yo he visto brotar tan nobles inspiraciones y tan hermosos sentimientos! Aquí la caridad se practicaba en el seno de la familia, se practicaba sin ostentación, é iba siempre acompañada de esta sencillez encantadora, de este franco candor, propio de los criollos, que subyuga los corazones..! A tales recuerdos se despiertan mil ardientes sentimientos en mi corazón. ¡Oh sombra de mi madre, de la querida de mi corazón, que vuelas como un vapor suave alrededor de esta dichosa morada, yo te saludo! Alma querida, bendíceme!

Pero ya los balcones se llenan de gente á nuestro paso; nos señalan, nos saludan de todas partes. Entre la multitud distingo muchas negras vestidas de muselina, sin medias y sin zapatos, que llevan en sus brazos criaturas tan blancas como el cisne; y distingo también muchas jóvenes de esbelta estatura y de tez pálida que atraviesan con ligereza las largas galerías, con su cabellera negra, suelta en bucles flotantes, con sus vestidos diáfanos que agita la brisa y se transparentan al sol…! El corazón se me oprime, hija mia, al pensar que vengo aquí como una extranjera. La nueva generación que voy á encontrar no me reconocerá á mí, y á una gran parte de la generación anterior acaso yo sola reconoceré! Heme aquí enfrente de mi balcón que se adelanta hacia el mar, donde todos se agitan, se apiñan, extienden los brazos, despliegan los pañuelos, y parecen apostar sobre quién me verá primero… La casa me es desconocida; no dice nada á mis antiguos recuerdos, y sin embargo yo no sé qué simpatía secreta, qué misterioso atractivo me arrastra hacia ella. ¡Oh! sí, es la casa de mi tio Montalvo, de mi amigo, de mi protector, de mi padre; no era menester que me lo dijese mi cicerone D. Salvador, el capitán del buque negrero; mi corazón lo habia adivinado.

Pero ¿de dónde vienen esas voces mezcladas á tan monótonas y tristes cadencias? Así como al acercarse á un tórrente se siente llenarse el aire de armonías salvages, así estas voces son gritos y cantos a la vez. Y qué cantos, Dios de misericordia! Si tú los oyeses, hija mia! Mas bien que armonías humanas parecen un concierto dado por dos espíritus infernales al rey de las tinieblas en un dia de mal humor. Es el murmullo de las aguas mezclado al ruido de los remos movidos en todas direcciones por negros medio desnudos, que conducen innumerables barquichuelos, y gritan, fuman, y nos enseñan sus dientes en señal de contento, para darnos la bienvenida.

Atravesamos sus muelles poblados de una multitud mezclada de mulatos y negros: los unos están vestidos de pantalón blanco, de chaqueta blanca, y cubiertos de grandes sombreros de paja; los otros llevan un calzón corto de lienzo rayado, y un pañuelo de color liado á la frente; los mas llevan un sombrero de fieltro gris calado hasta los ojos, una faja encarnada prendida con descuido al costado; todos sudan con el calor, y sin embargo todos se muestran listos y serviciales. Se ven infinidad de toneles, de cajas, de fardos, conducidos en carros, tirados por mulas, y guiados negligentemente por un negro en camisa. Eu todas partes hay letreros que dicen café, azúcar, cacao, vainilla, alcanfor, añil, etc., sin dejarse de oir un momento las canciones y los gritos de aquellos pobres negros que no saben trabajar sino al compás de estrepitosos gritos, marcados con pronunciadas cadencias. Todo el mundo se mueve, todo el mundo se agita, nadie para un momento. La diafanidad de la atmósfera presta á este ruido, así como á la claridad del dia, algo de incisivo, que penetra los poros, y produce una especie de escalofrios. Todo es aquí vida, una vida animada y ardiente como el sol que vibra sus rayos sobre nuestras cabezas.

Acabamos de echar el ancla en medio de un bosque de mástiles y de cuerdas. Los pasageros preparan su pasaporte; me acuerdo yo del mio, y pudiera estarlo buscando todavía. Después de haber rebujado todos mis papeles, he visto que lo he dejado en París, y sin embargo he atravesado la Inglaterra y los Estados Unidos sin que nadie me haya preguntado por él. Si bien es verdad que las cosas se llevan aquí de otra manera, confio en que no tendré que volverme sin haber pisado la tierra natal. Al llegar a ella me parece que llego á mi casa. ¿Qué derecho mas sagrado que el de vivir en el suelo donde se ha nacido? La sola propiedad incontestable del hombre debe ser esta, la patria. Este primer lote que la naturaleza nos concede al nacer, no es sin embargo mas espacioso que el último.

Una infinidad de barquichuelos se dirigen hácia nosotros conduciendo amigos, y curiosos, y empleados de la aduana, y por medio de estos un recado muy cumplido de parte del intendente. Esto es ya un buen agüero para el negocio del pasaporte. Entre la multitud de chalupas distingo una que se apresura, y parece impaciente por abordar nuestro buque. Está pintada de blanco con franjas encarnadas, y sus remeros vestidos de pantalón blanco y ceñidos de fajas azules y carmesíes, jadean, sudan, hinchan el pecho, y avanzan, avanzan hasta tocar nuestro dick. En ella vienen cuatro jóvenes, el mayor de los cuales podrá tener veinte años, que extienden los brazos y agitan los pañuelos. Sus vestidos son elegantes y de buen tono, sus estaturas altas, su tez todavía adolescente está sombreada por un bozo suave, y sus vivas miradas se velan con una tinta agradable de juventud y de candor. Notase un aire de finura y delicadeza en todas sus personas, y segun dan muestras de querer saltar de la chalupa, se les tendría por un nido de los mas hermosos pájaros americanos. Son los hijos de mi tio Montalvo, mis primos hermanos. Los agentes de la junta de sanidad deben venir, y no vienen. Entre tanto se nos trata como apestados, y estamos reducidos á cambiar algunas palabras con las personas que se pasean en las barcas alrededor del buque. Al cabo nos avisan que los representantes de la facultad de medicina están comiendo, y como estos señores tienen la costumbre de no dejarse interrumpir en tales ocasiones, nos vemos obligados á permanecer todavía algún tiempo en nuestro calabozo al aire libre.

Hemos bajado al muelle, enfrente de la iglesia de San Francisco. Después de haber paseado por el malecón, subí al carruaje con mi tio, y nos dirigimos á su casa. No sé decirte, hija mia, cuál ha sido mi emoción al encontrarme en medio de esta ciudad en que he nacido y donde he dado mis primeros pasos en la vida. Cada objeto que hería mi vista renovaba una impresión de mi infancia, y me sentía penetrada de una alegría algo salvage que me hacia llorar y reir al mismo tiempo. Me parecía que todo lo que veía era mio, que todas las personas que encontraba eran amigos: hubiera abrazado á las mujeres? les hubiera dado la mano a los hombres; todo me gustaba; las frutas, los negros que las llevaban de venta, las negras que se pavoneaban balanceando sus caderas en medio de la calle con sus pañuelos en la cabeza, con sus brazaletes y su cigarro en la boca; me gustaban hasta las plantas parásitas que crecen entre las guirnaldas del aguinaldo y de la manzanilla que penden de las paredes; el canto de los pájaros, el aire, la luz, el ruido, todo me embriagaba; estaba loca, y era feliz.

A estos placeres que se unían con mis recuerdos, sucedía la sorpresa encantadora que me causaba la extraña apariencia de esta ciudad de la edad media, que se ha conservado intacta bajo el Trópico, y estas costumbres singulares en que se reconoce á la vez á la España y á la América. Estas calles estrechas, de casas bajas, con balcones de madera y ventanas enrejadas todas abiertas; estas habitaciones tan aseadas, tan llenas de luz, tan alegres, donde se encuentra el Quitrín, carruaje del pais; en la sala, en estas salas tan frescas y tan elegantes; luego la niña, como la llaman aquí, envuelta en su ropa aérea, con los brazos desnudos y enlazados á la roja, mirando con aire de curiosidad á la calle, y en el fondo el patio guarnecido de flores; la fuente, cuyos saltadores frescos y limpios derraman la vida en los pétalos dé la pitalaya y del volador….. Pero hasta mañana, hija mia; ya te diré las nuevas emociones que me esperaban al entrar en casa de mi tio.

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