Cuba: la cuestión universitaria

Mes de intensas actividades estudiantiles fue el pasado de junio. Por una parte, los atropellos brutales del gobierno y del jefe de la Policía Nacional contra los jóvenes y el pueblo que se dispusieron a llevar a la plaza pública toda la ira protestaría que se arrincona cobardemente en los corrillos, en las peñas de café y en el hogar, suscitó en todo el país una viva corriente de simpatía hacia los rebeldes, a la vez que un renovado odio a la tiranía. En La Habana primeramente, y más tarde, con sintomática simultaneidad, en Matanzas, Santa Clara, Cienfuegos, Placetas, Camagüey, Ciego de Ávila, Santiago de Cuba, estudiantes y pueblo fueron feudalmente apaleados, tiroteados, encarcelados, por sus decididos movimientos de protesta contra la ley que perdurabiliza un régimen de agudo despotismo. Y gloria bien cierta para la Universidad el que hijos legítimos suyos, los estudiantes de vanguardia, fueran los que en todo momento dieran a la sociedad la lección suprema del heroísmo y la inconformidad.

E isocrónicamente a tales acontecimientos, que poseen la doble virtualidad de mostrar la cesárea rudeza de un gobierno y de recordar que no todos ofrecen a la coyunda la dócil cerviz, era electo y tomaba posesión de su cargo el nuevo Rector, doctor Octavio Averhoff y Plá. Su discurso inaugural permite esperar de él una actuación comprensiva y amplia. Su justificación de los nuevos ideales de la juventud, enteramente distintos a los de la generación a que él pertenece, nos lo representa como uno de esos profesores de las universidades continentales, librados de la funesta ánima escolástica que aún tan duramente pesa sobre la nuestra, que movidos por ocultos pero ciertos resortes de sabiduría buscan afanosamente la contemporaneidad espiritual con el discípulo, a quien saben henchido de superiores anhelos, aquellos que anidara su edad moza. Y sus rotundas declaraciones antimperialistas, como lo son sin duda las de que el patrimonio nacional está en su totalidad en manos extranjeras y que es función genuina de la Universidad el orientar sus esfuerzos hacia el rescate de esas riquezas detentadas, debieron resonar entre las paredes de nuestra Aula Magna -grotescamente cursi- con énfasis inusitado. Hubiérase dicho una anacrónica sesión del Congreso de Estudiantes del año inolvidado de 1923. Pero esta vez, ¡verdadero pasmo!, era el propio Rector quien las decía.

En tanto, el Directorio Estudiantil Universitario, que ha laborado con infatigable tesón, formulaba las bases cuya aceptación imponía como condicional única para la reanudación de las clases. A tal propósito se iniciaron las conferencias entre el Rector y el Directorio que prontamente, como era de suponerse, llegaron a una cordial y mutua inteligencia. Pero he aquí que el presidente de la República y su Secretario de Instrucción Pública rehusan toda discusión con el Directorio, a quien sus ilustrados criterios se representan como larva destructora merecedora de la más indignada repulsión. Además, para estos señores el Directorio es una sucursal de la Internacional Comunista de Moscú. No obstante, pese a tan inconsistente apreciación, el decreto de fecha 29 de junio ordenando la reapertura de la Universidad significa un triunfo de los estudiantes, organizados en el Directorio, contra el cerrado espíritu antiuniversitario que es ya tradicional en el actual gobierno.

Una vez vueltos a la normalidad académica -si es que hoy puede haber normalidad en algún sector de la vida cubana-, ¿qué deben hacer los estudiantes? Recuerden el fecundo trabajo teórico del Partido Comunista ruso en los años que siguieron a la revolución amputada de 1905: revisión, análisis, depuración, crítica, interpretación de los accidentes de la lucha pasada para así ir, con fuerte bagaje de doctrina, a la próxima final. ¿No dice bien a las claras la experiencia de la protesta reciente que la victoria ha de ser el fruto natural de la unión de todos los estudiantes? ¿Y no nos demostró esa misma experiencia que la única posible base de esa salvadora unión es el conceder la dirección del movimiento a los más viriles y resueltos, que son los más dignos de la confianza de las masas? ¿Y no han vivido los estudiantes cubanos horas de alto orgullo colectivo al verificar que la Universidad, su Universidad, sirve para algo más que para expedir, en una loca venta al por mayor, patentes de corso profesionales? La rebeldía universitaria contra la prórroga de poderes reafirma las esperanzas de los que aún guardan fe en la energía creadora de la juventud cubana. Y en virtud de ese mismo gallardo gesto los estudiantes se han responsabilizado ante los que observan estas cosas con intelecto d’amore, para proseguir en el curso venidero su conducta auspiciosa, orientada entonces hacia un diferente objetivo, igualmente grande. En el próximo año en que celebraciones burocráticas y banales conmemorarán el bicentenario de la Universidad, los estudiantes pudieran ofrendar al Alma Máter la más preciada oblación: la revolución que conquiste la autonomía universitaria.

En: Miranda Francisco, Olivia comp. Rubén Martínez Villena : ideario político / Olivia Miranda ; [ed. Vivian Lechuga ; fot. Laura Llópez ; pról. Daisy Rivero Alvisa]. La Habana : Sociedad Ecónomica de Amigos del País, 2003, p. 211-213, Colección La semilla en el surco.

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