Carta a su esposa (9 ago. 1930)

Ayer llegamos a Cuxhaven, como te dije, y de allí en un tren (dos horas y pico) llegamos a Hamburgo. Tuvimos que permanecer durante mucho rato en la estación, hasta que un compañero encontrara al hombre cuya dirección traíanos, pues no era natural  que todo el bolón fuera junto a la casa, con maleta y todo.

Mientras tanto comí algo allí, hasta que llegó el encargado de atendernos, que sabe hablar un poco de español y un poco de  inglés. De allí fuimos todos en varios automóviles hasta el hotel, y  enseguida nos llevó el compañero que nos recibió a un gran mitin que se celebraba en un enorme salón. Pero esto fue una cosa mal hecha, pues después de llevarnos a pie y darnos muchas vueltas con misterio, etcétera, cuando llegamos al salón no teníamos ni una silla en que sentarnos y quedábamos a lo último de las filas de los trabajadores. Allí se estuvo esperando qué acabara de hablar un orador para que después toda la de legación fuera hasta el Presidium y un compañero en inglés y yo en español saludáramos a los obreros de Hamburgo, etcétera. Pero llegamos a las nueve y cuarto, y a las once y media nos fuimos. Yo me estuve sentado en una escalinata y protesté ante los compañeros, y le dije al  compañero alemán mucho antes de la hora que nos debíamos ir. Me pareció que habíamos hecho un feo papel y que se abusó de nosotros. Al fin nos fuimos.

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