Carta a su esposa (4 abr. 1930)

Jacksonville, 4 de abril de 1930.

Querida Chele mía:

No puedes imaginarte lo doloroso que resulta pasar del trabajo y la lucha intensos y amados a una inactividad como la que sufro en estos días. ¡Tantos días de bregar sin descanso, juntas,  manifiestos, asambleas, ¡toda la agitación magnífica de las últimas jornadas! y caer de pronto, primero en el sosiego de mi escondite en La Habana, y enseguida a esta paz de sepulcro en un cuarto de hotel!… Créeme que hay que tener un carácter templado para resistir este cambio tan brusco, sobre todo cuando —por mis especiales condiciones—, no puedo sustituir o distraer con nada mi aislamiento.

Ni siquiera tengo la lectura como consuelo, pues los libros que me traje ya los conozco. Sin embargo, he releído parte de ellos, de El imperialismo, última etapa del capitalismo (que es una lástima esté traducido con descuido y plagado de erratas), y de la Crítica de la Economía Política, de Marx, en cuyo prefacio se encuentra, en menos de tres páginas, una exposición condensada de la interpretación materialista de la historia. Sólo son unas ochenta líneas, pero ellas tienen las más importantes palabras que se han escrito en el mundo. Mientras más se lee esa formidable  conclusión de Marx, más se abisma uno en la simple y maravillosa verdad que encierra: así como el alfabeto es una clave para poder, después de conocerlo, leer cualquier clase de escrito, así esas palabras son el alfabeto de toda la historia de la humanidad.

Mi otra lectura, ¡ay! es el Diccionario. La menos amena y más angustiosa de las lecturas: un diccionario bilingüe. Pero esto lo hago por disciplina y porque algo queda en la memoria. Además, me es muy útil para la vida diaria, para preguntar, informarme y saber sobre asuntos que me interesan en la práctica.

Hoy me pasé casi todo el mediodía durmiendo ( ahora es por la noche, próximamente las diez o diez y media), y tuve un sueño raro, de que volvía a Cuba y tenía nuevamente que volver para acá. Y que en Key West me detuvieron y me llevaron a un juez negro, y me tenían preparada una celada —habiéndome robado el  pasaporte— ¡para juzgarme como a otro individuo…! ¡Qué sé yo! Y que un grupo de trabajadores se me quejaba en un parque de la poca atención que le ponían los muchachos de la ANERC, que era un «comité aristocrático».

Ahora, por la noche, después de comer a las ocho, volví a mi cuarto y me entró una nostalgia tremenda por la vida de allá, donde hay lucha y peligros. Entonces saqué de la maleta los pocos papeles que traje y me releí la carta que escribí al C.C. desde mi escondite. ¡Cuánto bien me hizo! Eso me conectó de nuevo con mis compañeros, me volví a sentir entre ellos; vi sus nombres —escritos por mí. Me pareció ver actuar a nuestro C.C, hoy mejorado, no obstante el golpe que ha sufrido; veo desde aquí la lucha en el seno del Comité Conjunto; veo también los peligros que corren todos los compañeros, principalmente aquellos que son hoy la cabeza visible del Movimiento. ¡Cómo deseo estar entre ellos! ¡Otra vez en la primera línea! Soy un infeliz soldado de vanguardia que han enviado a la impedímenta, con los enfermos y los heridos. ¡Y me muero en la inacción…! Cuánto mejor es que lo maten a uno en el combate; por lo menos para uno mismo, egoístamente, es preferible; y yo me siento ahora egoísta, porque estoy solo. Quisiera estar allá, en el combate que tanto amo, usando las palabras de hierro para Arévalo y las palabras de vaselina para Fariñas; en el Centro, en nuestro hogar de Dragones, en medio de las huelgas, en las comisiones engorrosas y difíciles, entre los compañeros y las compañeras heroicos, en las asambleas revolucionarias; ¡nunca olvidaremos los mítines gloriosos en que oímos a la masa obrera vitorear a nuestro Partido, que se levantaba entre las mismas filas apretadas de los trabajadores!

¿Estoy muy lírico, Chele querida? Quizás, pero necesitaba este desahogo. Amadita mía, mi compañera, ¿quién mejor que tú para recibir este grito mío, este grito de mi corazón?

Estoy queriendo recibir el tuyo. Para mañana espero carta tuya. Mañana por la mañana hará tres siglos, ¡qué digo!, tres días que estoy en este hotel. Hoy te he escrito dos veces. Mañana por la mañana te enviaré esta carta, y te escribiré otra más seria y más concreta con la relación de los papeles que deseo. Esa segunda carta te la voy a mandar a otra dirección, a donde me escribían tanto, ¿sabes?

Ahora, hasta mañana. Voy a dormir solo. Tu compañero,

RUBÉN.

Si mañana por la mañana no tengo carta tuya, te mandaré esta a otra dirección.

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