La Habana de 1833 según Jonathan Jekins

Por: Jonathan Jenkins
En: La sociedad en la Cuba antigua

Hallé al caballero español galante y cortés hasta el escrúpulo; si bien, quizás, resultaba todo ello en exceso elaborado y formal para parecer sincero perdiéndose así la impresionante gracia de la cortesía genuina.

Las señoras eran muy airosas, con la seguridad y la elegancia de movimientos que la danza confiere al cuerpo; pero su preparación mental no estaba a la misma altura. Sus maneras francas pronto seducen al extranjero, y el americano cree sentir que las ha conocido durante años. Pero el estilo de ambos sexos, sin embargo, se ofrece al espectador como la exhibición de una fórmula brillante para la que fue entrenada desde la niñez, hasta convertirla en casi naturalidad. Los americanos tienen las coyunturas demasiado rígidas y son demasiado puritanos en sus maneras para pretender siquiera una imitación…

Llaman la atención del forastero, en la Habana, los vendedores de billetes de lotería que se detienen en las esquinas con un par de tijeras en una mano, y las hojas de billetes en la otra, dispuestos a cortar cualquier número que deseen los compradores. Son diestrísimos, y capaces de convencer al crédulo de que es posible obtener una fortuna con el sistema. Estas loterías oficiales son uno de los grandes males del país, especialmente para los españoles, que, al parecer, son jugadores natos, y para quienes posee un irresistible encanto el azar de los dados, las cartas y los Billetes de lotería. Todas las clases de la Habana los juegan habitualmente…

Cuando un conocido visita una residencia privada se le ofrecen tabacos en una bandeja de plata; si es amigo íntimo, una de las muchachas de la familia, llamada doncella, enciende un tabaco, y, dándole usas cuantas chupadas para que prenda bien, graciosamente lo ofrece al visitante. Si se trae la guitarra, como ocurre con frecuencia, (pues hay una en cada casa), y el huésped sabe tocarla, la doncella le mantiene encendido su tabaco y a cada pausa de la música se lo alcanza amablemente. Esto puede ocurrir varias veces durante la velada, y la amistosa ceremonia resulta bien agradable cuando el tabaco viene de los redondos labios de una rica belleza española que recién madura; pero, en todo caso, debe aceptarse cortésmente.

Como ya apunté anteriormente, la sociedad de Cuba se hallaba en el más tumultuoso desorden cuando Tacón fue nombrado Capitán General. Audaces y despreocupados bandoleros infestaban, día y noche, las carreteras más frecuentadas. Su atrevimiento y descaro llegaron a ser tan grandes que no se podía viajar por el país sin peligro, y a menudo perseguían a sus víctimas hasta las mismas ciudades. Esto era cierto hasta el extremo de que una general sensación de inseguridad invadía a todas las clases del país, y eran afectados por igual los negocios y el placer. Los audaces bandidos colgaban de los árboles más conspicuos, a lo largo de los caminos públicos, letreros como este: “Dinero o mutilación”, de modo que quien se veía en la necesidad de viajar ponía siempre algún oro en la bolsa para los desesperados.

Los negros tienen diversiones que les son peculiares, y que disfrutan grandemente. La fiesta de “Todos los Reyes”, 12 de enero, es un día tan especialmente consagrado a sus festividades como la Navidad es para nosotros una ocasión de ilimitada alegría. Los negros de distintas tribus africanas se mezclan en una saturnalia grotesca, señalada por la más absoluta extravagancia de los disfraces, que representan todas las salvajes invenciones de pájaros, bestias o demonios que la bárbara imaginación puede concebir, acompañadas de frenéticos gritos y gestos. De este modo se revelan el tumultuoso espíritu y las desenfrenadas costumbres de los africanos. Las sirvientas, más sumisas y civilizadas, rebosantes con todos los primores que en ellas colgaron sus jóvenes amas, rechazan al principio las galanterías que les ofrecen sus fornidos y rebrillantes admiradores; pero pronto la naturaleza se impone a sus remilgos y su barniz de civilización, y ya a la noche se les puede ver mezcladas en la salvaje danza, tan audaces y bárbaras como los demás desenfrenados, haciendo las más espantosas muecas, traspasados sus adornos de polvo y sudor, y ellas mismas medio muertas con la excitación y el esfuerzo.

 

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