Las iglesias de La Habana según Samuel Hazard

Por: Samuel Hazard
En: Cuba a pluma y lápiz

Si es cierto el viejo adagio de que “cuanto más cerca de la iglesia, más lejos de Dios“, entonces me temo mucho que para los habaneros no hay esperanza de futura salvación; pues en casi cada plaza de la vieja ciudad, intramuros, hay alguna iglesia, y a cada iglesia están unidas sociedades u organizaciones religiosas.

El sacerdocio y la iglesia tienen probablemente mayor intervención en la vida de los cubanos, particularmente en su porción femenina, que todo lo demás de cuanto constituye la suma de su simple vida diaria; y cuando uno pasea a lo largo de las calles, tropieza a cada paso con algún sacerdote de alguna orden particular, bien con sombrero de teja o tricornio, o quizás vistiendo el hábito de la orden Franciscana —cuyos votos prohiben usar nada confortable en este mundo— obligado, para preservarse de los rayos solares, a quebrantar el voto de llevar desnuda la cabeza, cubriéndola con una enorme hoja de palma, que le sirve a la vez de sombrero y sombrilla. Estuve muy interesado, por algún tiempo, en estudiar las peculiaridades de los religiosos que llevaban los diferentes sombreros, y finalmente llegué a la conclusión de que los sombreros de teja podían considerarse como una insignia de bienestar, pues casi todos los que lo llevaban eran sacerdotes robustos, joviales, cordiales, en tanto que los que usaban tricornio tenían apariencia de jóvenes delgados, desnutridos. (Estos sombreros tienen su particular significado, según la orden a que pertenecen.)

La autoridad superior de la parte secular de la Iglesia cubana es el capitán general, como Vice Real Patrono, y es su delegado en el Arzobispado de Cuba, el comandante general del departamento Oriental. Apegados a la Iglesia hay un número de dignatarios de diferentes grados, que perciben salarios en proporción a su rango. El gobierno de la Iglesia se divide en cuatro vicariatos y cuarenta y una parroquias, estando situada la gran Catedral en Santiago de Cuba. Además de las iglesias existen cierto número de conventos, monasterios, etc., pertenecientes a las diferentes órdenes de Santo Domingo, San Francisco, Jesuítas, San Agustín, etc., etc.

Se asegura que la Iglesia en Cuba es pobre en comparación con la de otros países, particularmente en su Arzobispado, careciendo sus templos de la magnificencia y de los ornamentos que el viajero admira tanto en Europa. No obstante, en algunas de las principales poblaciones se ve algún que otro templo importante, interesante por su gran antigüedad y su estilo arquitectónico, donde en ocasiones especiales se celebran ceremonias religiosas bastante ricas e imponentes.

Existe una tarifa regular de precios para la celebración de aquellas ceremonias que en una más cristiana tierra se estima pertenecer a los deberes inherentes a la Iglesia. Por un bautizo, cargan un peso como mínimo; un entierro, cinco pesos; y para casamientos, misas o preces para las almas del purgatorio cobran en proporción.

La Iglesia tiene ahora a su cargo los cementerios. Antes se efectuaban los entierros en las mismas iglesias, por considerarse que eran el lugar sagrado donde podía dormir en paz el verdadero católico. Hasta hace unos pocos años no se permitía que se enterrara en los cementerios a un herético, muerto en su descreimiento. Los cementerios se componen generalmente de una serie de nichos de piedra, ofreciendo el aspecto (si se me permite la expresión) de hileras de hornos de pan. Cada nicho contiene un solo cadáver. El entierro cuesta de treinta a cien pesos. Hay bóvedas por las que se pagan hasta trescientos pesos.

Los días de fiesta son muy numerosos, los que unidos a los domingos, disminuyen grandemente los días de trabajo al año. Los días de fiesta legal, en los cuales se considera una obligación oír misa y cesar en toda clase de trabajo, se les señala con dos cruces en los almanaques; las fiestas en que se permite el trabajo, pero se requiere la obligación de oír misa, se les marca con una sola cruz, f. Hay además los días llamados feriados, en los que se cierran las oficinas públicas y no funcionan los tribunales; los días destinados a sacar almas del purgatorio, señalados con la palabra ánima. Añadid a éstos los días festivos regulares, y, para cada pueblo y ciudad, la fiesta de su santo Patrón, estrictamente observada; festividades en honor del soberano reinante, consorte, sus padres y el heredero del trono, a las que se da el nombre de besamanos, y en las que los principales militares y empleados, vistiendo uniforme de gala, visitan al capitán general, como representante de la realeza. Como se observará, los días de trabajo al año no pueden ser muy numerosos, pudiéndose comprobar que no pasan de doscientos los laborables de entre los trescientos sesenta y cinco que comprende el año.

La primera iglesia que el viajero de cualquier nacionalidad tiene interés en visitar (y en particular nosotros los americanos) es la Catedral no porque sea de una gran belleza —aunque sí es quizás el templo más interesante de la Habana por su edificio,— sino porque dentro de sus muros yace bajo una simple losa todo lo que resta de aquel que dio a la humanidad, como resultado de su saber y valor combinados, no sólo un nuevo continente, sino una nueva teoría del mundo: Cristóbal Colón.

Este viejo templo, hoy el mejor de la ciudad, ofrece un muy singular aspecto visto desde el exterior. Se levanta frente a una plaza, en la esquina de las calles de Empedrado y San Ignacio, al extremo Noroeste de la ciudad. Construido con una peculiar piedra parduzca, ennegrecida por los años, no es de gran belleza arquitectónica; pero resulta atrayente con sus dos curiosas torres, su fachada de pilares, nichos, cornisas y molduras. Fué erigido en 1724, para un colegio de jesuítas, que en aquel tiempo ocupaban el lugar en que hoy está el palacio del capitán general. Se componía del edificio destinado propiamente a templo y de otras construcciones para el uso de los sacerdotes de la orden. En noviembre de 1789 se le convirtió en Catedral. Tiene una gran puerta en el centro y dos pequeñas a cada lado de aquélla, situadas en un atrio, al que se llega subiendo varios peldaños de piedra. Existe otra entrada lateral, en la parte donde están los dormitorios de los sacerdotes.

Hice varias visitas a esta antigua iglesia, y durante una de ellas, en mitad del día, después de cerrarse, logré que me mostraran la sacristía, o cuarto de vestir de los sacerdotes, situado detrás del coro, donde se guardan en los compartimientos de inmensos cofres, las soberbias ropas. Mi guía en aquella ocasión era un individuo nada limpio, bizco y con aspecto de suficiencia, que insistía en describirme la iglesia, en una horrible mezcla de francés e inglés, en vez de usar su idioma, el español, lo que me hizo suponer ocupaba alguna posición, por lo que estuve muy cerca de no ofrecerle la usual gratificación, con lo cual hubiera cometido una equivocación imperdonable.

A los extranjeros se les enseña la iglesia a cualquier hora del día, bastando solicitarlo a alguno de los sacerdotes que se encuentran en el patio. Está abierta a los fieles que desean oír misa, por las mañanas.

Estimo que es mejor visitarla por la mañana, cuando baña el edificio el suave sol ascendente, produciendo un bello efecto las sombras de las columnas y arcadas; en tanto que las figuras de los posternados devotos sirven para ilustrar por comparación la magnitud del edificio.

El altar mayor es muy hermoso, como también el coro, situado detrás. La escultura de los sitiales es extremadamente bella; son dibujos ligeros y graciosos tallados en caoba. A intervalos, alrededor de la parte interna de la iglesia, se ven algunos altares muy hermosos, formados con sólidas columnas de caoba y cornisas y molduras de la misma madera, con ricos dorados en las partes más prominentes. Cada uno de estos altares están dedicado a algún santo particular, y hacen ostentación de algunos objetos sagrados de valor, de copias de Rafael, Murillo, etc.

Lo más interesante es, sin embargo, la “Tumba de Colón“. Pasma realmente ver cuantos viajeros de los que visitan la Habana ignoran que los restos de Colón están precisamente en esta ciudad, a donde fueron trasladados del lugar donde murió.

 

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