Historia de La Habana (1514-1538) según Irene A. Wright

Por: Irene A. Wright
En: Historia documentada de San Cristóbal de La Habana en el siglo XVI

Colón descubrió a Cuba en 1492 y exploró una pequeña parte de su costa norte. En 1494 recorrió la costa sur, llegando por el oeste más allá de la Isla de Pinos. Durante los años siguientes, náufragos de navios que se estrellaron en la costa sur de Cuba, al venir de la América Central y Sur hacia Santo Domingo (centro en aquella época de la empresa española en el Nuevo Mundo) vagaron por la isla, y sus informes y los de los españoles que, persiguiendo a los haytianos pasaron a Cuba, debieron despertar la esperanza de que el oro se encontraría allí en mayor cantidad que en la Española.

Por esta razón, a fines del año 1510 o principios de 1511, Diego de Velázquez partió de Salvatierra de la Sabana a la cabeza ele una expedición, cuyo objeto ostensible era explorar la isla de Cuba con el afán de encontrar minas. En 1513, Pánfilo de Narváez, fray Bartolomé de las Casas, y una pequeña compañía de españoles, realizaron la conquista de Cuba con el sólo hecho de atravesarla, penetrando por la parte occidental hasta la región que constituye actualmente la provincia de la Habana, donde llegaron antes de Navidad.

Esta expedición volvió a Xagua a pasar las fiestas en compañía de Velázquez, en las isletas de la bahía de Cienfuegos. Muy poco tiempo después, Narváez y unos sesenta hombres establecieron en la costa sur la población que, andando los años, había de ser la ciudad de San Cristóbal de la Habana. También podría deducirse, aunque sin afirmarlo con certeza, que la Habana fué fundada en 25 de Julio de 1514.

La Habana se fundó en la costa sur porque el continente meridional había comenzado a producir oro, y la corona estaba muy interesada en alentar allí la conquista y la exploración, especialmente y en aquel momento, de Castilla del Oro. Se deseaba que Cuba llegara a ser una base de operaciones y de aprovisionamiento.

Como los navios que regresaban del Istmo del Darién naufragaban en la costa sur de la isla, las poblaciones de esta costa —las que se establecieron en Santiago de Cuba, en la boca del río Cauto, en la Trinidad, y en el lugar donde se enclavó primero la Habana—merecieron la aprobación real, porque servían para proteger la navegación constituyendo puertos de refugio para barcos y hombres. En sí mismo el sitio escogido para la Habana carecía de atractivos; era bajo y cálido, y es muy posible que los colonizadores empezaran a abandonarlo a favor de los lugares infinitamente mejores que ocupa ahora la ciudad, aún antes que el descubrimiento y conquista de Méjico hicieran que hacia el poniente y no hacia el sur se dirigieran las corrientes del interés real, de exploración, de emigración, y, en consecuencia, de todo lo que en aquella época constituía tráfico comercial.

Fray Bartolomé de las Casas dice que lo que ahora se llama el puerto de la Habana, se llamó antes Carenas. Era conocido de los marinos de la época —de Sebastián de Ocampo, de Francisco Fernández de Córdoba, de Juan de Grijalva— y sin duda de otros muchos capitanes, cuya estrella jamás les elevó de la categoría de aventureros traficantes de esclavos que, según Juan Ponce “escandalizaban a Bimini y la isla Florida“, para hacer de ellos descubridores, conquistadores y explotadores de los ricos dominios situados más al oeste, de los que habían oído hablar a sus cautivos.

Velázquez, como gobernador, asignó vecindades, y como repartidor de los caciques e indios naturales de la isla, les dio en encomiendas en el oeste. Entre las personas cuyas vecindades y encomiendas se hallaban en las inmediaciones del sitio actual de la Habana, se contaba el primo de Velázquez, Juan de Rojas. En la Habana, probablemente por la gran distancia entre esta población y su propia residencia de Santiago de Cuba, Velázquez nombró un teniente a guerra, es decir, un teniente con poderes delegados para oir las apelaciones entabladas contra las sentencias de los alcaldes ordinarios.

Es posible que en el año 1519 este teniente fuera Juan de Rojas, y puesto que él tendría más intereses en la costa norte que en la del sur, acaso fuera éste el factor decisivo en la traslación de la Habana desde la costa sur a su emplazamiento presente.

La traslación debió hacerse por esta época. Yo no he visto en Sevilla documento alguno en qué basar una afirmación más definitiva acerca de la fecha en que se realizó. En 1519 Grijalva encontró en la costa norte vecinos de la Habana con bastimentos que vender a sus navios; y Cortés, entrando en el puerto de la costa sur, ya muy avanzado este mismo año o al comienzo del de 1519, no encontró desierto el primitivo lugar de la Habana, pues también allí había vecinos en disposición de vender provisiones.

Conozco la tradición de que cuando esta traslación se efectuó, la Habana se estableció en la boca del río Almendares (la Chorrera), o tal vez en la caleta que después se llamó de San Lázaro; y he visto dos documentos que al mencionar “el pueblo viejo“, parecen comprobarla. El municipio primitivo de la Habana abarcaba toda la isla, desde más al este de Matanzas hasta el cabo de San Antón.

Los primeros alcaldes y regidores fueron nombrados probablemente por Velázquez o su teniente de la Habana. Es presumible que un alcalde primero y otro segundo, y tres regidores, constituían el primitivo cabildo, el cual lo presidía el teniente a guerra, como el gobernador presidía el cabildo de Santiago de Cuba sin que, como se demostró después, tuviera derecho alguno a hacerlo. Había escribanos; sin duda había también un alguacil. El cabildo elegía el procurador, aún después del año 1528 en que la corona ordenó que fuese elegido por sufragio popular, el día primero ele cada Enero. Después de 1518 la corona nombraba regidores perpetuos, y los cabildos municipales de la isla, los cuales elegían ya a los alcaldes, se convirtieron en una pequeña oligarquía, cuyos miembros gobernaban la colonia. Los documentos nacen constar que la Habana no opuso resistencia a esta camarilla.

La Habana era humilde. No fué, en efecto, en las dos primeras décadas de su vida, más que un núcleo de bohíos esparcidos a lo largo de la orilla de la bahía, desde el sitio que ocupa ahora el edificio del departamento de Estado, hasta el que adorna el de la Lonja. Entonces y durante mucho tiempo, era su centro la plaza de armas, donde se levantaban las modestas moradas de sus principales vecinos, hombres inteligentes y trabajadores y no menos testarudos y soberbios. Poseían la isla, desde casi su centro hasta su extremo occidental. Eran dueños, o mejor dicho se creían dueños, de grandes hatos de vacas en los que sus vaqueros medios salvajes cazaban el ganado enteramente bravio, cuya carne adobaban para la exportación. Eran dueños —creían que lo eran— de muchas estancias donde sus encomendados, cada vez en menor número y sus esclavos, aumentando prolíficamente, cultivaban las cosechas que solicitaba la demanda para provisionar los navios de tránsito que, en número creciente, frecuentaban la bahía de la Habana.

El porvenir de la ciudad que acababan de fundar dependería de las excelencias de su puerto, y de la situación geográfica, con respecto a las Américas del Norte, Central y del Sur, del sitio que habían elegido para ella. Que acertaron, se confirmó plenamente con el descubrimiento del canal de Bahama.

Los corsarios franceses recordaron pronto a la muy católica majestad de España que la Habana era la llave del Nuevo Mundo y baluarte de las Indias Occidentales. En 1538 el rey resolvió fortificar la plaza. (*)

 

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