La prensa y la censura en La Habana de 1841

Por: Francisco González del Valle
En: La Habana en 1841

La situación en que se desenvolvía la prensa de La Habana era muy crítica, aunque muy de acuerdo con las leyes de censura y todas las irregularidades de los gobiernos despóticos y arbitrarios. La Colonia no se regía por las mismas leyes que su Metrópoli; lo que se dictaba en y para España no pasaba el Atlántico, y los cubanos tenían que estar sometidos al capricho y las veleidades de los censores regios, que unas veces accedían y otras negaban en lo absoluto lo que se les pidiese.

Aquí no había prensa política, ni se consintió, salvo en los breves períodos constitucionales. La ley de imprenta de marzo del 37 y la del mes de octubre declaraban en España que el único responsable era el editor, dejando sin efecto la acción de los promotores fiscales de imprenta, y dando un plazo de 60 días para las denuncias de los escritos ofensivos.

La condescendencia o adulación de algunos periódicos a los censores de imprenta de La Habana los colocaba a veces en situación privilegiada con respecto a los otros de su clase. A esto se refiere José María Andueza al hablar del Noticioso y Lucero, del que dice: “diario destinado a hacer conocer las inmundicias literarias, y a desacreditar la prensa periódica: esto explica el silencio de todos los que se encuentran atacados vilmente en aquel país, por algunos zurcidores de insultos en forma de artículos”. Refiriéndose luego a lo antes dicho de la condescendencia de algunos censores, escribe Andueza lo que sigue: “allí permiten los censores la injuria y prohiben la defensa“.

Como nadie podría ser mejor crítico que este periodista que vivió aquí en La Habana en dos épocas distintas (1825-1836), es mejor que él enjuicie a los periódicos de su tiempo, por hablar de lo que ve y del estado en que halla la prensa diaria; y él escribe lo que se copia:

Dos periódicos de política, si de política pueden llamarse cuando sus redactores no se ocupan de ella, se publican en la capital de la isla de Cuba: el Diario de la Habana y el Noticioso y Lucero: la lectura de cualquiera de sus números ofrece la idea más triste del estado de la prensa en aquel país: esclavizados los escritores, oprimidos por una censura discrecional opuesta a las leyes y a los adelantos del espíritu humano, no pueden emitir en los papeles públicos la más inocente opinión política: sus periódicos, pues, están circunscritos a copiar de los nuestros, no los artículos que conocemos con los nombres de fondo, de entrada o de redacción, sino puramente las reales órdenes y las noticias provinciales. La política se halla enteramente excluida del periodismo habanero, y cuando allí se habla de polémicas se entiende de polémicas literarias, que tampoco lo son en realidad, puesto que por lo común se reducen a contestaciones insultantes entre dos adversarios que nunca combaten solos, sino auxiliados por numerosa cohorte de despreciables anónimos. A esta guerra rastrera y baja, que había ya perdido mucho terreno en 1837 y 1838, merced al esfuerzo de los que en aquella época escribían en los dos periódicos citados, dio nuevo estímulo la envidiosa codicia de un escritorzuelo pedante y atrevido, que prodigando adulaciones serviles a la Censura, para tenerla de su lado, empezó a lanzar desde el folletín del Noticioso, folletín establecido años antes de su entrada en La Habana (aunque se mortifique en algo el atrevimiento de haberse apropiado su introducción) venenosos dardos y personales injurias a personas que valen mucho más que él: sacó a luz pública en sus artículos nombres propios de señoritas recomendables, cuyas familias se ofendieron justamente.

No es posible quitarle la pluma a José María Andueza, porque nadie mejor que él que conocía bien aquella época en que vivía y por su condición de escritor y periodista nada podía serle ignorado; además esta es la única oportunidad que hay ahora de dejarlo hablar y que cuente todas esas inmundicias a que ya ha hecho alusión.

A esto llamó aquel escritor costumbres de la Habana: y estas injurias y personalidades, estas costumbres de La Habana pasaron por la censura y el Sr. Ramón Medina y Rodrigo, que me había prohibido en el cumpleaños de la reina D. María Cristina de Borbón, un artículo, sin más motivos que de llamarse en él a D. Carlos príncipe rebelde; el Sr. Don Ramón Medina y Rodrigo, que privó, por su regia autoridad, a varios escritores honrados, en cuyo número también me encontraba, el justo derecho que tenían de apelar ante la opinión pública de los rastreros y embozados insultos que se les prodigaban, aprobó los insultos del ignorante folletinista del Noticioso y Lucero.

 En La Habana no puede imprimirse nada sin la firma entera del Censor y la rúbrica del Capitán General. ¿Qué dirán en Madrid y aún en la misma Isla de Cuba muchos que lo ignoran, cuando lean en mi obra que hasta los carteles de las funciones de teatro y de toros que se fijan en las esquinas están sujetos a la misma formalidad? Esto es exactísimo y he tenido ocasiones de saberlo, al ponerse en escena algunas producciones mías, por cierto bastante mutiladas, como todas, por la implacable cuchilla del verdugo dramático. Desde los más insignificantes versos que se leen en aquellos diarios, desde el indispensable soneto a los natales de Lola o a la muerte de D. D. V Todo está allí sujeto a la censura. ¡Qué más! No pueden copiarse en La Habana los extractos de nuestras sesiones de Cortes sin permiso de la censura…

 El año de 1837, hallándome de redactor principal del Noticiosa y Lucero, no fui dueño de insertar en éste varias discusiones interesantes del Congreso, así como tampoco muchos partes oficiales de operaciones militares.

 Se niega licencia para el establecimiento de periódicos políticos; a los literarios alcanza también esta prohibición. Algunos existían por un efecto de su condescendencia (según decía el Censor) como EZ Plantel, al que se puso la necia condición, si quería vivir, de que no publicase artículos de costumbres, poesías ni novelas, pues para estas cosas había dos periódicos políticos. [Esto se lo dice el Censor a Andueza como uno de los redactores de EZ Plantel].

 De EZ Caricato Habanero sólo se tolera el primer número. A otro, EZ Campanario, le previene el Censor se abstenga de publicarlo sin Real Licencia.

En esa situación y soportando las exigencias algunas veces intolerables de los censores, tienen que vivir aquellos periodistas cubanos, que sólo por un gran amor a su país y por otro igualmente grande, el de ilustrar a sus paisanos, es que pueden hacer tolerable lo intolerable.

No hay que repetirlo ya, pero debe recordarse lo que sucede durante la polémica filosófica sobre el eclecticismo de Cousin, entre Luz y Caballero y sus adversarios, en la que toman parte tan decisiva el Noticioso y Lucero y su principal redactor Pardo Pimentel.

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