Teatros de La Habana colonial por Emilio Roig

Por: Emilio Roig de Leuchsenring
En: La Habana de ayer, de hoy y de mañana (1928)

Hasta 1773 no tuvo la Habana edificio especial y fijo consagrado a representaciones teatrales, y éstas se celebraban, ya como se celebró en 1598, la comedia Los buenos en el cielo y los malos en el suelo, —el primer espectáculo de esta índole que se dio en la capital,—  en alguna barraca, construida al efecto cerca de las fortalezas, ya en salas o barracones sin comodidades para el público ni preparación adecuada para su objeto.

El primer teatro, de mampostería y tablas, se construyó en 1773, durante el mando del Marqués de la Torre, en un lugar llamado el Molinillo, donde termina la calle de Oficios, junto al mar, en la parte donde ya se comenzaba a construir la Alameda de Paula.

Durante el gobierno del Marqués de Someruelos fué derribado ese primitivo teatro, construyéndose en el mismo sitio otro en mejores condiciones, que se llamó teatro Principal, y que fué ampliado y hermoseado en 1846 por el capitán Gral. O’Donnell. El ciclón del 10 de octubre del 46, lo dejó en estado casi de ruinas y en ruinas quedó a pesar de los esfuerzos hechos en diversas ocasiones para restaurarlo hasta que, en 1861, fué subastado con los terrenos anexos.

Al Capitán General Tacón se debe la iniciativa de la construcción del teatro que había de llevar su nombre, pues en 1834, animó e indujo al ricacho, especulador y hombre de negocios Don Francisco Marty y Torrens, que acababa de llevarse la contrata del edificio y vivero de la Pescadería, para que acometiese la obra de levantar, en sitio céntrico de la ciudad, un gran teatro, necesario entonces, pues no existía más que el Principal, y éste, además de su reducida capacidad, se encontraba en un extremo de la ciudad, muy alejado de los centros urbanos.

Aceptó Pancho Marty y emprendió la obra con la ayuda en dinero, materiales y peones que le facilitó Tacón, más la garantía de una autorización permanente para celebrar todos los años seis bailes públicos de máscaras; costándole, a pesar de esos auxilios, 200,000 pesos fuertes.

Se inauguró en el carnaval de 1838, con cinco bailes de máscaras, que estuvieron concurridísimos, al extremo de que un cronista dice que al interior del teatro asistieron más de ocho mil personas y había unos quince mil curiosos en los alrededores. La primera función tuvo lugar el 15 de abril de ese año con la traducción, hecha por Larra, el maravilloso Fígaro, de la obra Don Juan de Austria o la vocación.

 El edificio llenó cumplidamente en comodidad, capacidad, ventilación y condiciones acústicas, los propósitos que al construirlo se persiguieron. El lugar en que se levantó no podía ser más céntrico en aquella época, como lo es hoy también: mirando a la entonces Alameda de Isabel II y a las puertas de Montserrate, en un terreno realengo al norte del que fué Jardín Botánico y después paradero de Villanueva, perteneciente al camino de hierro de la Real Junta de Fomento. Sus dimensiones eran, en lo que se refiere al cuadrilongo que formaba el teatro, 40 varas de anchura por unas 80 de longitud. Lo cubría una simple techumbre en forma de caballete con ventiladores.

La entrada la formaba un pórtico con tres arcos al frente y uno en los costados. Contiguo al teatro y por la calle de San José, había un edificio bajo dedicado a talleres y dependencias y oficinas de Pancho Marty, para las decoraciones, maquinaria y carpintería. En cuanto a gusto artístico, no fueron afortunados los constructores del teatro, pues no ostentaba en su interior o exterior adornos, relieves, pinturas, esculturas ni detalle alguno que hubiera podido hacer del teatro, además de cómodo, bella obra del arte arquitectónico.

Tenía 90 palcos, más los de la Capitanía General y la Presidencia, distribuidos en tres pisos, y algunos de los cuales eran de propiedad privada; 22 filas de lunetas, con una capacidad total en localidades para 2,000 concurrentes, pudiéndose dar cabida a una cuarta parte más. El escenario se consideraba tan amplio y bien provisto como los de los mejores teatros europeos. Era famosa la gran araña que pendía del centro del techo sobre la platea.

Pancho Marty vendió el teatro en 1857, a la Compañía Anónima del Liceo de la Habana en 750.000 pesos fuertes, incluyendo terrenos y edificios anexos, siendo entonces embellecido en su interior y reformadas sus localidades.

El teatro de Tacón, dedicado en sus primeros años a obras de verso, ya que el Principal lo estaba casi exclusivamente a la ópera, fué destruido en 1905 para construir en el mismo sitio, el actual palacio del Centro Gallego de la Habana, con su teatro, al que se le ha dado el mismo nombre de Nacional que se le puso a Tacón al surgir la República. Por aquel viejo coliseo desfilaron los más grandes actores de todos los géneros teatrales; y sus noches de gala eran famosas por el espectáculo maravilloso que ofrecía el conjunto hermosísimo de las damas cubanas, pertenecientes a las mejores familias habaneras, que, lujosa y elegantemente ataviadas, aparecían en palcos y lunetas, mostrando ante el asombro y la admiración del extranjero que nos visitaba, el encanto irresistible de su incomparable belleza, gracia, distinción y elegancia.

Los más viejos que nosotros y hasta nosotros mismos, recordamos todavía con fruición y nostalgia esas “salidas de la Opera” del antiguo Tacón, el desfile interminable de las bellezas habaneras que habían asistido a la función y después iban a refrescarse a Inglaterra o los Helados de París.

 Teatros de Villanueva y del Diorama

Además de los teatros Principal y de Tacón, tuvo la Habana colonial los de Villanueva, llamado también del Circo, y del Diorama, de madera, ninguno de los cuales alcanzaron la época republicana. El Teatro de Villanueva va unido a un suceso histórico que merece ser traído a estas páginas. El 22 de enero de 1869, al estrenarse la comedia de costumbres de Juan Francisco Valerio; Perro Huevero, aunque le quemen el hocico…, al terminar de cantar uno de los actores: “Digan conmigo, señores —¡que vivan los ruiseñores— que se alimentan con caña!”, gritó una voz: “¡Viva Cuba libre!” Acto continuo se desarrollaron en el teatro y sus alrededores las tumultuosas y sangrientas escenas que han pasado a la historia con el nombre de “la noche de Villanueva”.

 

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