LA LITERATURA HACE SILENCIO

Por el promotor de lectura Adrián Guerra Pensado

En  la tarde del 4 de abril, a la edad de 80 años, falleció en Santa Clara el extraordinario escritor Luis Cabrera Delgado. Había nacido en Jarahueca, Sancti Spíritus el 18 de enero de 1945. Cultivó la narrativa para niños y jóvenes y también la narrativa, la crítica, el ensayo y el drama para adultos. Alcanzó los premios más preciados de la literatura infantil y juvenil y fue declarado Huésped Distinguido del municipio Yaguajay.

Entre los múltiples reconocimientos recibidos figuran el Premio Magistral La Rosa Blanca, por la obra de toda la vida; la Distinción Romance de la Niña Mala, que otorga el gobierno provincial de Sancti Spíritus; el Diploma por el Centenario de La Edad de Oro y la Distinción Por la Cultura Nacional.
Ostentaba además la condición de Miembro Emérito de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba.
Publicó más de 50 obras, muchas traducidas a idiomas europeos y al inglés.

Fuefamiliares-velorio tan buen escritor como amigo y siempre hizo llegar sus libros al autor de  LIBRURAS. Nos encontramos en su casa y en muchísimos encuentros de la LIJ en casi todas las provincias del país. Siempre fue un lujo topar con él y con su obra. Cuando debido a las carencias actuales de papel, no podía ver la luz todo lo que su corazón y su dedicación producían, empezó a publicar sus escritos en su blog. Su última donación para la Biblioteca Pública Rubén Martínez Villena consistió en 14 títulos publicados por diversas editoriales.

LIBRURAS quiere dejar a sus lectores el texto “Hacerte hombre”. Lo pueden considerar un legado hermoso y una reflexión entre padre e hijo para aprender a crecer en la vida. Nunca dejó de enviar al autor de esta revista todo lo que publicaba en su blog.

HACERTE HOMBRE
11enero2021 solo publicado en su blog

¿Hijo, de quien es esa imagen reflejada en el espejo del baño con la cara embadurnada con crema de afeitar? ¿Es la mía, la de mi padre o la tuya?  Debes estar jugando a ser hombre, pues no puedo creer que el tiempo haya pasado tan rápido, y te siga viendo como el pequeñuelo que logró sostenerse en sus piernitas para que yo lo sostuviera en los primeros pasos por la vida.

En un momento de mi infancia, pensé que si mi hermano mayor, mis primos y sus amigos se divertían patinando, por qué no lo podría hacer yo; y sin pensarlo dos veces me calcé con ruedas y, tambaleándome como tú, cuando querías comenzar a caminar sin que yo te sostuviera, fui a dar al suelo, con un golpe tan fuerte que me fracturé el peroné de la pierna izquierda. Cuarenta días tuve que permanecer con una bota de yeso, sin caminar y mucho menos patinar. Cuando ello ocurrió, mi padre me sentenció que las cosas se hacen en su debido momento, ni antes ni después.

¿Ya te brotó el vellón de la cara que anuncia tu maduración para la adultez o es un simple juego que haces para parecerte a mí?

Mi padre fumó cuando se hizo hombre; yo fumé para hacerme hombre, pero de nuevo la sentencia de mi padre que las cosas se hacen en su debido momento, y que antes de ponerme a inhalar humo, debía ser capaz de ganar dinero para comprar los cigarrillos. Ello, junto con su tos, me hizo alejarme del vicio. Y entonces, él fue quien me imitó a mí, porque también, a veces, los padres podemos imitar a los hijos. Tú no vas a fumar, porque te tengo prometido una gran recompensa para cuando cumplas veinte años y no te hayas dejado tentar, como yo, creyendo que fumando sin que fuera el momento, me haría un ser adulto.

Mejor que fumar, es que te embadurnes la cara con crema de afeitar antes de tiempo y te sueñes hombre, o ¿es en realidad que ya te está saliendo la pelusa de la adolescencia, y yo te sigo viendo pequeño, como cuando te enseñé a patinar?

Mi padre me enseñó a nadar en una alberca que construyó en un arroyuelo en la finca de su padre. Los viajes hasta ella eran el evento que más anhelaba en esa etapa de mi vida; y esperaba ansioso la llegada del fin de semana, cuando el calor del verano se hacía más intenso, pues en cualquier momento mi padre me decía que buscara el traje de baño y me alistara para partir. En su jeep, convertido en el más especial de los vehículos del Universo, íbamos hasta un sitio cercano a donde, rodeado de bambú, se encontraba el remanso para el baño y la diversión, pero había que subir a la línea del ferrocarril, caminar por sobre un puente de traviesas y raíles, desde donde se divisaba el salto del estanque por donde salía el agua para seguir su ruta hasta el lejano mar. Y ya entonces era mi gozo el que saltaba y corría hasta la represa.

─Ahora tú eres agua del arroyuelo ─me decía mi padre─, pero algún día serás mar.

─En su debido momento ─ le puntualizaba yo con picardía.

Y juntos nos metíamos en la alberca que él construyó para enseñarme a nadar.

A ti te enseñé a nadar en una piscina, pero los tiempos cambian. Yo monté por primera vez en un avión cuando ya era un hombre adulto y hacía muchos años que me tenía que afeitar. Tú te estrenaste como viajero aéreo, cuando ni siquiera pensabas mudar los dientes de leche. Nunca me has dicho qué sentiste al abordar la nave ni cuando esta aceleró los motores para, salir a una velocidad a la que nunca antes habías ido, despegar; pero sí recuerdo que cuando el vuelo tomo la altura necesaria para estabilizar su marcha, comentaste a toda voz, y a manera de queja, una frase que ha quedado registrada en los anales de la familia:

─¡Esta carretilla no camina!

Y aburrido por no percibir el avance de la nave, decidiste aprovechar el ronroneo de los motores y dormir plácidamente sobre mis piernas hasta el final del vuelo.

Yo nunca he viajado en una nave cósmica, y creo que nunca lo voy a hacer, pero no dudo que tu hijo te lleves a ti en un vehículo interplanetario para que me envíes una postal de Marte o me traigas un suvenir de una de las lunas de Júpiter.

Todo se hace en su debido momento.

¿Y ha llegado ya el momento en que debes afeitarte?

No quiero ni pensar que haya pasado el tiempo de tu infancia. Claro que seguiremos siempre unidos, aunque andes por los linderos del sistema solar, pues el lazo invisible con que el Hada del Amor nos unió, está hecho del más fuerte de los aceros, con la aleación de los metales más resistentes que existen, y cocinado en los hornos de un alquimista, mago todo poderoso, llamado Paternidad. Pero me gustaría que esa cara embadurnada de crema de afeitar sea aún un juego, y no porque llegó el momento en que debes comenzar a rasurarte.

Quiero pensar que, como mi padre lo aprovechó conmigo, yo haya sabido ocupar tu infancia en dejarte la herencia que se les debe dejar a los hijos. No son cataratas, montañas o países, ni siquiera es oro; no son propiedades, autos, aviones, yates… Es sencillamente que seas capaz de todas las mañanas poderte lavar la cara con agua clara después de haberte afeitado, mirarte en el espejo y sentirte orgulloso de ser el hombre que siempre quise que fueras.

El padre de mi padre, quizás el padre de su padre, en el bosque de los justos, sembró un árbol que mi padre cuido para mí. Yo, cuando sea el momento, te lo voy a entregar para cuando tú seas el padre de tu hijo, y yo quede como el padre del padre de tu hijo, lo cuides para él. Desde la raíz, el tronco, sus ramas, las hojas y los más tiernos retoños que brotarán cada primavera, correrá la savia de los hombres que son de luz.

No lo olvides, hijo.

Esta entrada fue publicada en Autores y clasificada en , , . Guarda el enlace permanente. Tanto los comentarios como los trackbacks están cerrados.
  • Horario de servicios

    Lunes a viernes
    de 9:15a.m. a 4:00p.m.
    Sábados
    de 9:15a.m. a 2:00p.m.
    El horario cambia de acuerdo al reajuste energético