El convento de Santo Domingo

Por: S. de Urbino

En: Revista Arquitectura (1930)

Hace 10 años, nuestra antecesora, aquella Revista “Arquitectura” que bajo los auspicios de este Colegio se editaba en la Habana y de la que fueron Directores Emilio de Soto y Félix Cabarrocas— y que en honor a la verdad no ha sido superada entre sus editoriales publi­caba la única protesta que hemos visto impresa contra la demolición de la iglesia y convento de Santo Domingo.

En plena orgía constructiva producida por la avalancha de oro que cayó sobre Cuba en la época de las “Vacas Gordas”, aquella Iglesia, una de las más antiguas de la Habana, fué con­denada a desaparecer.

Desconocemos los informes y las gestiones que realizaron las Academias de la Historia y Bellas Artes para impedir la destrucción de ese documento capitalino; pero hace tiempo veni­mos clamando en los congresos de Municipios para que se cree la Comisión de Monumentos Históricos con objeto de evitar que estos he­chos se repitan.

Anteriormente el Arquitecto Govantes, Jefe de Fomento, con la Comisión de Historia, Or­nato y Urbanismo trato de lograr análogo fin, pero a causa de la abulia o apatía que en los centros oficiales se concede a estas materias, más por ignorancia que por mala fe, tenemos que reconocer que al cabo de diez años de la protesta de nuestra hermana “Arquitectura” nos encontramos casi en idénticas condiciones.

Hoy después de la acertada restauración del Palacio del Ayuntamiento, la antigua Iglesia con su torre y su fachada primitiva iglesia_convento_santo_domingo_vista_de_torrecerraría uno de los conjuntos urbanos más interesantes de nuestra Capital, y con la plaza de Armas y el Senado, y con la plaza de la Catedral y sus alrededores y lo que aun queda de la plaza de San Francisco, formarían los últimos cuadros de una Habana del siglo XVIII que poco a poco se nos va.

En la obra de D. José María de la Torre (Habana—1857) están los datos de la funda­ción de esta Iglesia y Convento que fué además la primera Sede de nuestra Universidad; también en la obra de Pezuela (Madrid, 1863), en la de Arrate y en el Archivo de la Orden Dominica en esta Capital, se completan las noti­cias históricas de este monumento.

Pero sin espacio para llenar de citas nues­tras cuartillas, solamente ensayaremos un lige­ro análisis de los documentos que tenemos a la vista.

¿Existían realmente en esta vieja Iglesia obras de arte que aconsejasen por lo menos su conservación y traslado al Museo, u a otro sitio de esta Ciudad?

Creemos que sí. Vamos a intentar demos­trarlo.

A primera vista, estaportada_iglesia_de_santo_domingo portada de iglesia que se destaca sobre un muro liso acusando su parentezco lejano con ciertas parroquias españo­las, no está exenta de una sobriedad que agra­da; las proporciones de sus elementos deno­tan personalidad en el autor pues prescindió de la arquitectura cifrada y hacen bien un to­do armónico, que la nobleza de la piedra pone en valor.

Los salientes de sus perfiles que arrojan sombras violentas se aprecian fácilmente en el  grabado. El clásico rectángulo donde se ins­cribe la única curba, el arco o motivo principal, se compone con los frontones cortados, que con sus masas ascendentes encierran primero en un hueco, la estatua de Santo Domingo de Guzmán, y más tarde el emblema de la Or­den —Cruz a brazos iguales que acompañan simbólicos perros— ordenándose el todo con las horizontales superiores sin ningún esfuerzo aparente hasta terminar de una manera simple bajo una cornisa de tejas criollas.

Los capiteles primitivos con hojas estilizadas que pudieron tal vez ser inspirados por alguna flora del trópico, el friso geométrico, el arqui­trabe que sólo acusan fuertes molduras, las co­lumnas abombadas con bases áticas donde do­mina la escocia, las impostas, los recuadros de la archivolta y de los pilares, la clave, los pe­destales en fin, por donde quiera se ve un de­seo ingenuo de hacer bien, una valentía en pla­nos y volúmenes y una seguridad su la coloca­ción de cada elemento que nos afirma la im­presión de estar frente o una obra de mérito.

Y hay que ser muy lego en arte para no percibir el chispazo de genio intuitivo y sin pretensiones que brota en la escultura de esta composición. Los amplios ropajes de sus estatuas tratados con sentido arquitectónico, el partido que saca el artista a cada atributo, palma, báculo, maqueta de la Iglesia que porta en sus manos San Francisco, el rnismo emblema de la orden con los dos perros, que asómbrense, por su simplicidad y estilización se pueden considerar “modernos”, el conjunto en sí, prueba que su autor fué un primitivo, un pu­rista, un clásico, que no se dejó influenciar por los movimientos tumultuosos y barrocos del Bernini, que imperaba en aquella época.

¿Sería nativo el escultor? ¿Tomaría humil­demente sus modelos de algunos frailes compañeros? ¿Se hicieron en Cuba? Estas son pre­guntas que tal vez algún erudito investigador conteste algún día. Lo interesante es que esta portada se debió respetar, se debió haber recogido por nuestro Museo o por la Escuela de Arquitectos o los mismos P.P. Dominicos pu­dieron haberla reconstruído en su nueva iglesia.

Y si esto nos dice la portada, ¿qué añadiremos a la bella techumbre de madera dura,  ácanas, júcaro, dagame, caobas, todas talladas, que cubrían la nave principal?

Proyectada por algún descendiente de aquellos artífices sevillanos que hicieron escuela en techos y artesonados, por el alarde de geome­tría decorativa que con una talla ligera cubre las vigas principales, las alfardas, las viguetas, las alfagías los entrepaños, las consolas, por ­lo clásico de esta composición de pares y nudillos sosteniendo el harnuelo o plano horizontal, con sus cuadrantes que no quiso el autor ocha­var enteramente, podemos decir, “que destruimos una obra maestra de carpintería”.

¿Qué efecto hubiera producido esa techumbre si en lugar de la burda pintura que tenía, un decorado a base de oro, rojo y azul sobre fondos de la misma madera hubiese puesto en valor toda su lacería?

Pero la ausencia de salientes, la misma proporción primitiva en el gran arco que separaba el altar, los muros lisos en el interior de esta nave para dejar toda la importancia de la composición en la techumbre, todo eso nos hace creer que el propio maestro carpintero que proyectó el techo, fué el primer constructor de la iglesia.

Al más ligero análisis de los interiores que presentamos, se deduce que las dos naves fueron hechas en épocas distintas y por distintos autores. Hay diferencias estructurales, de elementos y proporciones entre la obra del maes­tro carpintero que a nuestro juicio debió ejecutar la primera y el arquitecto que a abovedó y levantó la cúpula de la segunda. Lo prueban las archivoltas e impostasiglesia_convento_santo_domingo_fachada_oreilly de los grandes arcos, las bases de los pilares y las dos fachadas distintas por la calle  de O’Reilly; a simple vista se perciben dos ideas y una falta de concordancia.

La torre por su simplicidad y el claustro del convento, (maltratado por la adición de unas vulgares ventanas) acusan la mano experta del arquitecto que levantó la cúpula y afirman nuestra creencia sobre la fecha posterior de es­tos construcciones; además dan pruebas de un clasicismo severo, reacción que sucedió a las li­cencias barrocas.

El ático o coronamiento del claustro formado por una serie de arquitos decorativos con los centros ligeramente levantados y flanqueados por pináculos, motivo este que se repite en la fachada por O’Reilly, aunque enriquecido por una imposta primitiva, prueban lo anterior.

El intrados de la cúpulaiglesia_convento_santo_domingo_cupula_convento poseía un friso so­bre los arcos con unos triglifos estilizados y una escultura simbólica primitiva que aun la pequeñez del grabado y la capa de lechada que los cubre permite ver. El exterior cubierto to­do de azulejos, con su bella linterna, por la pureza de sus proporciones debió haber inspirado algún respeto a sus demoledores.

¿Y qué se ha hecho después que se privó a la Habana de una de sus viejas prendas? na­da, nada, nada…

Un solar yermo a la entrada de la calle de O’Reilly frente al Palacio del Ayuntamiento, algunos pedazos de muro que sostienen el arranque de los arcos en el fondo, el viejo coco que muestra el gradado que aun vive, y la mitad del claustro convertido en casa de inqui­linato, eso es lo que queda.

¿Podría la Escuela de Arquitectos, ya que en su tiempo no levantó su voz de protesta, levantar hoy con los alumnos el plano de la Iglesia y recoger algunos perfiles de la que resta? En el solar yermo están todavía los cimientos y con una ligera aproximación se obtendría ese documento que no hemos podido encontrar y que ciertamente nos hubiera ayudado en el análisis.

 

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