Amores difíciles: Rubén y Asela

amores dificiles(4)Por Leonardo Depestre Catony

No por felices, los amores dejan en ocasiones de ser difíciles. Rubén Martínez Villena y Asela Jiménez de Ayala se amaron, pero los infortunios de salud de él —que finalmente troncharon su vida— pusieron a prueba y consolidaron la entereza de los nexos entre ella y él.

El insoslayable compromiso político de Rubén Martínez Villena le dificultó alcanzar una producción literaria mayor. Aun así, su liderazgo en la Protesta de los Trece, su presencia aglutinadora en el Grupo Minorista, en la creación de la Universidad Popular José Martí y en la Liga Antimperialista, su incorporación al partido comunista y su labor como asesor legal de los sindicatos obreros, lo insertan tanto en el panorama intelectual como en el político de su tiempo.

Acerca de su crucial participación en la liberación bajo fianza de Julio Antonio Mella, en huelga de hambre, en diciembre de 1925, Asela escribiría muchos años después: «Testigo fui de todo aquello, porque por las noches no me visitaba un novio galante, sino un hombre angustiado».

Recopilados póstumamente en el volumen La pupila insomne, sus versos son reveladores de sus preocupaciones y empeños con la causa de la justicia social, que Rubén sintetiza en estos versos de su «Mensaje lírico civil», de 1923:

Hace falta una carga para matar bribones,
para acabar la obra de las revoluciones;
para vengar los muertos que padecen ultraje,
para limpiar la costra tenaz del coloniaje.
(En «Mensaje lírico civil», de 1923)

Rubén y Asela se conocieron en enero de 1924 y se casaron el 1ro. de agosto de 1928. Antes, en 1927, él había sufrido una congestión pulmonar aguda por la que fue remitido a la Quinta de Dependientes, en La Habana, donde logró recuperarse. Solo una mujer decidida a afrontar las dificultades y los peligros podía seguirle los pasos a Rubén. A Asela le confiesa: «Honradamente, yo no puedo ofrecerte mi vida, ni mi tiempo, ni mi persona; ni siquiera mi pensamiento íntegro. Antes que nada, me debo a la causa, por la cual no olvido que he jurado morir si es necesario».

La correspondencia entre Rubén y Asela, de la cual se publicó años atrás una selección titulada Asela mía, es el cuaderno íntimo de un amor en el que prevalecieron, junto a la pasión, la amistad y el compañerismo que redondean los verdaderos afectos.

El proceso de la enfermedad de Rubén, con altas y bajas en su salud, pero encaminado inevitablemente hacia el fin, no atenuó los ardores físicos ni los ideológicos en quien «era una llamarada que luchaba por mantenerse de su propio fuego, cuando ya la materia  había sido consumida», como escribiría en ocasión de su muerte su compañero en ideales Pablo de la Torriente Brau.

Para Rubén, Asela es Amadísima mía, Mía queridísima, Mujercita querida, Cheluskita amada, Chelita mía… El esposo, el amante, el compañero, se desborda en afectos y recuerdos.

En 1924, en temerario empeño, Rubén va a dar junto con su amigo José Antonio Fernández de Castro a un campamento en Ocala, Estados Unidos, donde ambos se entrenan para pilotar un aeroplano y bombardear objetivos militares en La Habana, incluido el Palacio Presidencial, todo como parte del movimiento politico de los Veteranos y Patriotas, y cuando solo aguardaban el momento de la acción, por gestiones políticas del gobierno de Alfredo Zayas las autoridades norteamericanas los detuvieron y enviaron a la cárcel de Ocala por un mes.  Desde allá escribe a Asela:

¡Cuánto deseo saber de ti, conocer tus pensamientos más íntimos, minuciosamente descritos como hago yo con los míos. ¿Piensas mucho en mí? ¿No te has arrepentido un momento de haberme amado? Perdóname estas preguntas, y no te disgustes por ellas. ¡Te quiero tanto! ¡Tanto extraño entre las girls desteñidas, a mi criollita!

Años después, desde Moscú, donde trata en vano de recuperarse de la tuberculosis, con fecha 17 de septiembre de 1930 y creyendo inminente el final, le pide:

Asela, compañera mía, mi amada: Tienes que ser muy fuerte: es necesario y yo te lo pido. Acaso te escriba muy pocas veces más, acaso esta sea mi última carta. Me he agravado aquí de tal modo, que tengo la conviccion de que no hay remedio para mí. Ni siquiera creo que iré a ningún sanatorio, sino que moriré aquí en Moscú.

Sin embargo, rebasa la crisis y regresa a Cuba, vía Nueva York.

En uno y otro exilio, no de otro modo podemos llamarlos, Asela lo acompaña en dos ocasiones: una en Nueva York, durante los meses de mayo y junio de 1930, y la otra en Moscú, entre julio y octubre de 1931. Durante esta estancia engendran a su única hija, Rusela, nacida en Cuba el 23 de julio de 1932.

Pero nuevamente en Norteamérica, Rubén no descansa. El 4 de febrero de 1933, sin ofrecer demasiada información por razones de seguridad, le hace una observación capital para la relación matrimonial:

Ahora, ya no vivimos el uno para el otro, sino vivimos ambos para lo mismo; y nuestros días son casi todos ardientes de odio, de un odio común, del sagrado odio de clase. Y esto es acaso más que acaso, —es seguro—, una unión más perfecta, una unión no supeditada a las debilidades tristes (o a las gallardas rebeldías) de la carne.

Rubén murió el 16 de enero de 1934. Una gran mutitud integrada por obreros y amigos acompañó sus restos con el puño en alto. Asela Jiménez de Martínez Villena continuó su participación en la defensa de los intereses de la clase obrera, tal como atestigua un trabajo periodístico de Pablo de la Torreinte Brau, aparecido en la edición del 14 de abril de 1934 del periódico Ahora.

Ella escribió: «Emanaba de él algo que infundía confianza, exquisito, atento y cordial con todos».

Las circunstancias y los tiempos, unas y otros bien difíciles, pusieron a prueba los amores de Rubén y de Asela, como para corroborar que el amor todo lo puede.

Tomado de: Cubaliteraria

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