Carta a su esposa (29 Marz. 1931)

Sujum, 29 de marzo de 1931.

Amada Cheluska:

Hoy mismo por la tarde recibí tu carta de fecha 28 de febrero; una carta que me ha producido dolor. Es en la que te quejas de las mías porque dedico mucho espacio a hablar de los problemas de la Revolución y de mis preocupaciones por ellos, y crees que en cambio contienen muy poco amor. Es la carta en que me das muchas noticias y sobre todo apreciaciones tuyas sobre el  momento actual y las dificultades del movimiento y que terminas con esta frase: «Esta carta va toda dedicada a tu cerebro. ¡Qué seas feliz!»

Amor mío: yo no sé qué diera por estar ahora a tu lado, mejor dicho, por haber estado a tu lado en esos momentos en que te creías también abandonada de mí. Yo supongo que acaso esa carta mía del 4 de febrero a que te refieres estaba quizás demasiado impregnada de mis preocupaciones políticas sobre la fecha del 10 de enero, y acertó a llegar a tus manos en los momentos en que decepcionada de muchas cosas necesitabas una palabra de cariño, de personal devoción a ti, que tanto la mereces. Sólo así me explico, Chela mía, que hayas generalizado tan ligeramente en cuanto a mis cartas. Mía: ¿no recuerdas que me escribiste (y esta carta llegó hace muy poco a mis manos) que yo te escribía mucho sobre ti misma y no sobre mi vida en el sanatorio? Tú eres para mí una preocupación, un pensamiento y un sentimiento tan presentes como los de la Revolución en mi vida.

Pero tú sabes que nuestras vidas están unidas a esto último: y tú muchas veces me has escrito muy poco sobre ti, a pesar de que yo te lo pedía. También me has escrito —debes recordar esto— sobre tu transformación, y llegaste a afirmar esto: «Todo pasa y con el tiempo pasará también tu recuerdo.» ¿No recuerdas esto, mi vida? Tus cartas, pues, me han herido, y me han dado pie a suponer —así te lo dije en una— que mi amor perdía mucho terreno en tu alma. Pero no quise agravar tus preocupaciones con mi tristeza por eso, ahora recibo esta carta tuya, en la que te quejas de falta de cariño y de amor en las mías. Yo no comprendo esto. Niñita mía: ¡Qué triste es tu vida! ¿Por qué los compañeros se habrán vuelto secos y oficiales, como muñecos automáticos que «fabrican» la Revolución? Yo creo que ahora hay una época terrible en Cuba;  pero también la época que yo viví allí, dentro del cascarón oscuro y asfixiante de nuestra secta-partido, bajo condiciones que pesaban como plomo y que parecían no iban nunca a cambiar, durante  mucho tiempo laborando entre una masa aplastada por el terror,  ésa también era una época para amargar a cualquiera. Y sin  embargo, yo recuerdo que todos nosotros estábamos más alegres y comunicativos. ¿Te acuerdas las excursiones al campo, la cena en casa de J.O., las bromas y juegos del Chico? Y ahora ante perspectivas tan brillantes, los compañeros han perdido la  cordialidad. ¡Pobrecita mía! ¡Tú sufres de aislamiento moral; que es peor que la cárcel cuando en la cárcel hay compañeros. Y crees, Cheluska, que yo también estoy frío, muerto; ¡que te amo poco, que te mimo poco!… ¡Si supieras! ¡En el conflicto sobre qué debo hacer, cuántas veces he pensado que acaso la raíz subconsciente de mi decisión de volver allí está en un inmenso amor por ti, en el deseo de estar a tu lado, de mimarte otra vez, de llenar esa necesidad de cariño y de comprensión que hay en tu vida de desgracias!

Sí, tienes razón: acaso mis cartas no son cartas de un amante.  Ante las tuyas, en las que se reflejaba principalmente tu vida actual de responsabilidades y la lucha, yo he temido escribirte cartas que te parecieran ridiculas – ¡Mía!: yo te confieso esto:  muchas veces   quise escribirte más de mí para ti, pero pensaba que mis cartas llenas de mimos e intimidades llegarían a tus manos en los momentos en que tu ánimo estaría ocupado de otras cosas. Sin embargo, no creo que ellas estén desprovistas de lo que siento por ti- Te quejas de mi «falta de interés» por tus acosas  triviales».  ¿Cómo es eso? Yo recuerdo haberte hecho preguntas mínimas sobre tu vida, y continuamente quisiera saber los más pequeños detalles de tu vida y de tus angustias y sufrimientos. ¿No está eso en mis cartas? ¿Lo has olvidado? Últimamente —alegrado por el tono íntimo de tus últimas cartas, confiado en eso— te he  escrito cartas como las sentía, cartas que ya deben estar próximas a llegar a ti. Afortunadamente, con tu carta me llegó un papelito que añadiste el 4 de mayo (es decir, esa carta sólo ha tardado veinticuatro días en llegar a.mí), y en ese papelito, escrito a pluma, me das algunas noticias (con la preparación del Día Internacional  de la Mujer, etcétera). No obstante que ese papelito sólo contiene noticias del movimiento, él me ha tranquilizado. Porque en su comienzo y en su final, he visto que tu estado de ánimo había mejorado. El empieza «Querido Titi» y no^«Querido Rubén», como secamente comienza tu carta. Y termina: «Te quiere tu Cheluska», no como tu carta, cuya frase final, ¡cuan amarga!, está clavada en mi corazón. «¡Qué seas feliz! Chela.»

Chelita: también me dices que a veces «esperas semanas » carta mía. ¿Cómo es eso? Yo suponía que tú recibías al menos una carta mía cada semana.  Estas últimas cartas creo que demorarán más en llegar a ti porque las envío por Nueva York.

Ahora sobre lo que me hablas de mi  salud. ¡Irme a otro sanatorio! ¡Completar un año de tratamiento! ¡Irme a Suiza para curarme!  Mía: acaso eso es razonable, pero es muy difícil: acaso es  imposible. Yo no sé qué decirte: yo quisiera curarme, pero creo que eso es prácticamente un sueño. Podría acaso con más de un año de sanatorio, recuperar la salud casi por completo, pero volveré a caer al poco tiempo de comenzar la lucha. Esto es lógico; no es lirismo. Aquí hay otros sanatorios: esto sería más fácil que irme a Suiza, pues no cuento ya para nada con papá, después de lo ocurrido contigo y de sus últimas cartas a mí, que reflejan un  estado de ánimo de un hombre muy vecino a la miseria.

(A propósito, a través de su última carta, creo sospechar que tiene los primeros tropiezos con su esposa.)

Añade a mi deseo de  incorporarme a la lucha mi deseo —no lo olvides— de volver a ti. Todo me inclina a no seguir el consejo de Juan. ¡Otros seis meses en un sanatorio! ¡Qué horror! ¡Qué sabrosa vida!, mientras los demás se matan luchando y yo sé que puedo ocupar un sitio en la trinchera!

Si yo me quedo un tiempo aquí, en Moscú, o en la URSS, yo quiero que vengas. No, no te lo decía antes por que considero tus deseos,  tu miedo, al fin, etcétera, de que te hablé en mi última, y no me gusta pedir nada para mí. Pero mi deseo es ése: verte, besarte, tenerte a mi lado; oír otra vez tu risa y tus cantos;  soportar tus  «majaderías» y mimarte mucho, como a una niñita malcriada. Sin ti ya no puedo ser feliz, como tú me deseas, con amarga  generosidad, en los momentos en que te sientes desgraciada. ¡Ven!, o yo iré a ti. Te amo como antes; como en nuestros  primeros días inolvidables: mía, mía de mi corazón. Yo soy todo
tuyo. Te beso.

RUBÉN

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