Rubén: La belleza sin pan y sin justicia no vale la pena

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Por  Raúl  Antonio  Capote

Su amigo, Raúl Roa, diría con letra sublime: «Su vida, una semilla en un surco de fuego», a lo que añadimos que su entrega contribuyó a que germinara la obra inconclusa de los fundadores y a que se limpiara la patria del ultraje a que estaba sometida.

De mármol era su frente, de mármol fino, sin vetas, ni quebraduras. No hubo mancha en su bregar de poeta revolucionario. En una isla de poetas guerreros, inscribió su nombre en la historia junto a los de José Martí, Carlos Manuel de Céspedes, Perucho Figueredo y tantos otros, antes y después. Como ellos, juntó en su alma de versos la rebeldía y la sensibilidad. De esa amalgama surgió el revolucionario inclaudicable y el escritor sublime de la Pupila insomne, del Hexaedro y la Carga.

Hijo de Alquízar, tierra de mambises, de la cual los españoles colonialistas afirmaron que «era un nido de revoltosos insurrectos». Nació el 20 de diciembre de 1899, y como una ráfaga de luz que entra por la ventana abierta, transcurrió su vida, breve pero intensa.

La familia se trasladó a la capital en 1905 y allí su vida transcurrió con modestia, primero en Guanabacoa, «la bella» pletórica de cubanía, y luego en una casa de la calle Falgueras, en el Cerro, cerca del parque de Tulipán.

Se graduó de Bachiller en Ciencias y Letras en el Instituto de La Habana en el año 1916, y en 1922 concluyó la carrera de abogado en la Facultad de Derecho de la Universidad de La Habana. ­Trabajó en el bufete de Fernando Ortiz, de quien llegó a ser su secretario. Sus primeras colaboraciones en publicaciones periódicas datan de 1917, en la revista Evolución.

Fue la figura más destacada de los participantes en la Protesta de los Trece, con la cual se inició en la labor política. Redactó el manifiesto de la protesta. Participó en la organización de la Falange de Acción Cubana. Se vinculó al Movimiento de Veteranos y Patriotas. Fue figura principal del Grupo Minorista y autor de la mayoría de los documentos y manifiestos que emanaron de dicho grupo.

Su pensamiento y accionar político se fueron radicalizando rápidamente y avanzó hacia el marxismo-leninismo. Se dedicó en cuerpo y alma, junto a Julio Antonio Mella, a la Universidad Popular José Martí que, sin duda, desempeñó un gran papel en su progresión revolucionaria, al entrar en contacto directo con los trabajadores y sus problemáticas.

Trabajó sin descanso para organizar a los sindicatos en una sola organización: la Confederación Nacional de Obreros de Cuba. Fue miembro fundador de la Liga Antiimperialista y de la Liga Anticlerical.

Como resultado de una polémica con Jorge Mañach, dijo en una ocasión que ­destrozaba y no le importaban sus versos, lo dijo, como explicaría a Raúl Roa, compañero de juventud, porque, aunque cada vez amaba más la belleza, para él la belleza sin pan y sin justicia no valía la pena.

Fue abogado defensor de Julio Antonio Mella cuando resultó encarcelado por Zayas y luego por el tirano Gerardo Machado. En esa oportunidad llamó a Machado «Asno con garras», ante la obstinación del dictador que no quería poner en libertad al líder juvenil.

En septiembre de 1927 ­ingresó en el Partido Comunista y llegó a ser miembro de su Comité Central.

Dirigió en marzo de 1930 una huelga general que paralizó el país por 24 horas, siendo ya dirigente de la Confederación Nacional de Obreros de Cuba.

Al incrementarse la persecución de la tiranía de Machado tuvo que salir al exterior y viajó a Rusia, donde se le ofreció tratamiento para aliviar su enfermedad. Ante el veredicto de que su dolencia, la tuberculosis, no tenía cura y que le quedaba poco tiempo de vida, decidió ­volver a Cuba para entregar sus últimos alientos a la causa revolucionaria.

Con sus fuerzas menguadas, casi en los tormentos del final, atacado por la fiebre y la falta de aire, organizó y dirigió la huelga general revolucionaria que derrocó a Machado.

Cuentan que no daba descanso a su cuerpo frágil, estaba en la calle, en los talleres, en las reuniones, convocando, discutiendo, convenciendo y sumando. Un tinte carmesí iluminaba su rostro pálido cuando arengaba a las multitudes y no pocas veces tuvieron que sostenerle sus compañeros.

«Muerte; mi corazón no desanimas/ y aún te aguardo con grato sentimiento/que siempre fue mi decidido intento/ subir las cumbres y medir las simas».

En diciembre asiste a su última reunión antes de ser recluido en el Sanatorio La Esperanza, donde falleció el 16 de enero de 1934. Tenía 34 años. Así finalizaba el último verso de su obra inmortal, la que escribió con su vida.

Siendo adolescente había escrito en uno de sus versos: «Mi vida, una semilla en un surco de mármol», lo que delata la extrema intranquilidad en que vivía su martiana alma inconforme.

Su amigo, Raúl Roa, diría con letra sublime: «Su vida, una semilla en un surco de fuego», a lo que añadimos que su entrega contribuyó a que germinara la obra inconclusa de los fundadores y a que se limpiara la patria del ultraje a que estaba sometida.

Motivos de la angustia indefinida

¡Mi vida: una semilla en un surco de mármol!

(Verso sin consonante)

¡Oh, consciente impotencia, para vencer la empresa

de traducir al verso la aspiración informe!

Angustia irremediable: conservar inconfesa

la tragedia monótona del vivir uniforme!…

 

¡Y temer el ansiado reposo, donde cesa

esta resignación a seguir inconforme

de todo: de sí mismo, del labio que se besa,

de la verdad pequeña y del Enigma enorme!

Sufrir el infructuoso cerebralismo insano,

el cruel distanciamiento del espíritu hermano,

la maldición de Palas en la gracia de Apolo…

Y en el continuo esfuerzo hacia lo inasequible

quedar, al fin, aislado, ¡perpetuamente solo,

igual que un verso de consonancia imposible!

1925

Tomado de Rubén Martínez Villena. El párpado abierto:

Antología poética, Letras Cubanas, 2004.

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