19 de mayo

Señor de la Palabra, Caudillo de la Idea,
tu verbo fue cual grito pletórico de fe,
que al pueblo arrodillado quitóle la librea,
rompióle las cadenas y púsole de pie;
y fue clarín guerrero llamando a la pelea
y látigo feroz
y en que brillaba la libertad futura,
en cuyas amenazas, preñadas de amargura,
el alma de la Patria lloraba por tu voz.

Señor de la Palabra: tu helénica figura
en la historia aparece como un girón de luz;
y no sé por qué el alma te supone en un templo
y al recordar tu vida, buscándole un ejemplo,
¡se postra de rodillas y piensa en una cruz!

Caudillo de la Idea: al recordar tu muerte
el alma como un ángel magnífico te advierte
que murió cultivando su milagrosa mies,

—la mies que fue regada con sangre de patriotas
v te ve con la frente y con las alas rotas
y una estrella en el pecho y un león a tus pies.

Tu obra es una obra de tormento.
Es la de aquel que el alto pensamiento
en una estatua primorosa labra
y le da vida con su propio aliento;
héroe que para entrar en la pelea
te forjaste una espada: la Palabra,
en una fragua sin igual: la Idea.
Mas la espada trocóse en un machete
y el orador se transformó en jinete
para buscar el trágico bautismo;
hacia el estruendo de la lid marchaste
y, arrojando tu fardo de idealismo,
te dejaste arrastrar en tu heroísmo
por el propio huracán que desataste.
¡Águila que cansada de sus vuelos
por las regiones de su grito aterra,
descendió como un ravo de los cielos
para morir cual tórtola en la tierra!…
Señor de la Palabra, Caudillo de la Idea,
supiste ser más tarde señor de la pelea,
caudillo del tropel;

montaste sin destreza sobre el bridón v altivo
te erguíste clamoroso de pie sobre el estribo,
y el fuego de tu verbo electrizó el corcel.
Y fue como un Pegaso con un ángel encima.
La hoja de la espada —en inocente esgrima prolongaba
tu alma como un rayo de bien.
Oyóse una descarga… caíste entre las balas,
y el sombrero cubano te formó con sus alas
como un halo glorioso que rodeaba tu sien.
Y las ánforas vivas, prodigiosas,
de tu pecho y tu cráneo se volcaron;
urnas de sangre y de ideal, preciosas,
que tu tesoro en tierra derramaron;
¡así tu sangre v tu ideal regaron
tu cosecha de mieses milagrosas!

Y susurraron las palmas
con un trémulo rumor
que puso espanto en las almas
y en el pendón español:
“No me pongan en lo oscuro
a morir como un traidor,
yo soy bueno y como bueno
moriré de cara al sol…”

Callaron los palmares. Y los ríos
que vieron tu caída, sollozaron,
y en sus dulces murmurios
y en su canción plañidera
también ellos susurraron:
“Yo quiero cuando me muera
sin patria, pero sin amo,
tener en mi tumba un ramo
de llores y una bandera…”

Y las flores de mayo, para cumplir tu sueño,
quisieron afanosas, con inútil empeño,
escapar de sus tallos y formarte un cendal;
lloraban dulcemente los ríos en sus cuencas,
se inclinaron las palmas y juntando sus pencas,
formaron a tu muerte como un arco triunfal.
Y lloraban los ríos su canción plañidera,
seguían sus rumores pidiendo una bandera;
y unos trozos de cielo y unas nubes de tul
bajaron lentamente como por un encanto
formando a tu cadáver como un mágico manto
con dos franjas de blanco y tres franjas de azul.
Y la Patria a tu lado sollozando miraba
cómo en el manto mágico tu sangre dibujaba

un triángulo teñido de trágico arrebol;
dejó que de tu sangre se extendiera la huella
y entonces le dio un beso y dibujó una estrella
—la marca de sus labios brillando como un sol.

Esa fue tu bandera de sublimes colores;
pero tu otro deseo, ¿aquel ramo de flores
que forjara tu musa de inmortal soñador?
Acepta como un ramo el pobre canto mío,
donde la flor es verso y es lágrima el rocío
y el matiz es la rima y el perfume es amor.

Águila que cansada de tu vuelo,
sentiste la nostalgia de la tierra
y descendiste rápida del cielo
para morir cual tórtola en la guerra;

Señor de la Palabra, Caudillo de la Idea:
observa que tu pueblo ya no tiene librea
y rompió sus cadenas con suprema altivez;
pero en el día fúnebre en que más grande brillas,
el pueblo redimido se encuentra de rodillas:
¡tu recuerdo sagrado le arrodilla otra vez!

Rubén Martínez Villena

 La pupila insomne ( 1919)

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